Días atrás, estuvimos en la Universidad Pedagógica Experimental
Libertador (UPEL) de Maracay, constatando las condiciones deplorables en la que
se encuentra su sede. Cada pasillo y cada esquina, hacen de las instalaciones
ocasión propicia para cualquier emboscada del hampa. E, incluso, las aulas
cuentan con una fortísima reja metálica, probablemente más costosa que los
viejos pupitres, pizarrones y carteleras que se permiten guardar, punzando la
tentación de los bandoleros más audaces.
Pocos vigilantes, desarmados, hacen lo que pueden para proteger
el lugar, obviamente, protegiéndose ellos mismos frente a una incursión que
parecerá más un acto de rutina, antes que de audacia. Los delincuentes gozan
del visado de unas autoridades que, prestas para la persecución política, se
declaran incompetentes para todo lo demás, so pretexto de un disminuido
presupuesto, salarios deprimentes, armamento desvencijado.
Y es que no hay universidad venezolana que no se encuentre
encarcelada, asediada por una particular custodia: la de los hampones también
comunes que no se saben parte de un plan maestro. Éste no es otro que el dejar,
adicionalmente, a su suerte a los universitarios en manos de bandoleros que
ensayan sus más elementales faenas al acecharlos y, a cambio de un disparo
gratuito, hacerse de las pocas pertenencias que se permiten en ciudades en las
que sobran todas las precauciones personales posibles.
Es la Universidad Central de Venezuela que, faltando poco, a
plena luz del día, se ofrece como escenario impune del delito, a veces, por
temor o complicidad, facilitado por sus pocos vigilantes, mientras que una
argucia judicial ha prohibido un mayor control de los accesos, a través de
sendas puertas, contrastando con la celosamente amurallada y protegida sede del
Tribunal Supremo de Justicia que decidió menospreciar el llamado de urgencia de
la comunidad universitaria. Son extensos los sectores vedados al libre y
espontáneo tránsito, cayendo la noche con sus promesas de peligros.
En la sede del Núcleo del Litoral de la Universidad Simón
Bolívar se aconseja recogerse rápido e irse para evitar el vuelo rasante, tan
breve como angustioso, de un motorizado felón que acumula una alta puntuación,
aunque no goce de una mención de publicación. O de las universidades privadas,
con vigilantes más atentos, en las que podemos resultar sorprendidos, como ha
ocurrido, en el más concurrido de sus espacios, presumiendo una gran fortuna
detrás de la modesta tarjeta de débito que vio y midió a la distancia por la
compra de un sencillo vaso de café.
Así como ignoramos los niveles de hiperinflación, epidemias u
otras estadísticas que debe publicar el Estado, existen unas cifras negras de
la delincuencia, las que tanto preocupan a los criminólogos, aún más
obscurecidas al tratarse de las aulas. El indecible socialismo en marcha,
consiguió un mayor control social de las universidades a las que tanto teme, a
través del asalto armado y desarmado, relegado el hurto como una curiosidad que
ya no lo es en el renglón del homicidio.
Alentando la deserción, hay miedo de ir a la universidad,
recibir o dictar clases, quedando cualquier equipo, tan costoso como
inmediatamente irremplazable, a la merced de los mercaderes del hampa. Cosas
del Estado Comunal, nada quiere de la búsqueda sistemática de la verdad.
septiembre 24 2018, 2:29 am
Luis Barragán @LuisBarraganJ
No hay comentarios.:
Publicar un comentario