Quisiera dedicar este discurso a la memoria de dos grandes
venezolanos: don Simón Alberto Consalvi y don Humberto Njaim, ambos académicos,
y a quienes les debo inapreciables enseñanzas.
I
Aparte de lo profundamente agradecido que me siento por el
privilegio que se me ha otorgado, debo poner de relieve cuánto me honra, pese a
la hora menguada en que me toca hacerlo, hablar ante una Asamblea Nacional que
ha sido producto de una preferencia electoral auténtica. Aplomo no les ha
faltado, en medio de tantos atolladeros, a los diputados que aquí, en esta
Cámara, continúan haciendo vida; ni tampoco les ha faltado determinación a la
hora de levantar su voz en resuelta actitud de denuncia. Mucho menos se han
visto amilanados a la hora de cumplir con sus tareas como legisladores, pese a
amenazas, desaires o desplantes.