Tolerancia define la actitud para convivir pacíficamente con ideas
o comportamientos con los que no se está conforme. Sin embargo, más que aceptar
o respetar los comportamientos o las ideas adversas, tolerar significa respetar
el derecho que el ordenamiento jurídico reconoce a las personas que mantienen
tales actitudes.
La tolerancia está estrechamente ligada a la libertad
de pensamiento, uno de los mayores logros de la civilización y de los factores
más eficaces del progreso, si se admite que el hombre ha evolucionado
positivamente y si se acepta que la cultura y la sociedad que se ha formado en
Occidente a partir de la cultura griega, es una de las más fecundas y
creadoras.
Históricamente
la tolerancia ha sido tardía y vacilante, la más notable evidencia de su
conquista, comienza en el siglo XVIII cuando Voltaire, como
representante del pensamiento ilustrado, arriesgó su sosiego y su vida, y al
parecer su dinero, para defenderla. En esa época, la intolerancia religiosa
había causado estragos en Francia, luego de la Reforma Protestante de Martín
Lutero.
El rey Enrique IV
de Francia firmó el famoso Edicto de
Nantes en abril de 1598, el cual autorizaba la libertad de conciencia y
de culto, limitada a los protestantes calvinistas. La promulgación de
este edicto puso fin a las Guerras de Religión que
convulsionaron a Francia durante
el siglo XVI y cuyo punto
culminante fue la Matanza de San Bartolomé en 1572.
Antes
del Edicto de Nantes, los protestantes habían sido excluidos del ejercicio de
muchas profesiones y oficios. Existía además, una medida discriminatoria que
perturbaba la vida familiar y social: la iglesia católica no reconocía los
matrimonios entre protestantes, por lo cual sus hijos eran considerados
bastardos, y por ello imposibilitados de obtener herencia, lo que obligó a
muchos a convertirse al catolicismo. Además, se impuso el llamado “billete de confesión”, cuya negativa de
firmarlo condenaba a morir sin los últimos sacramentos y eran enterrados fuera de tierra católica.
En 1685, Luis XIV decretó la revocación del Edicto de
Nantes y otorgó el papel preponderante a la iglesia católica. Este acto trajo
como consecuencia una de las más grandes desgracias de Francia, al provocar el
éxodo masivo de artesanos excelentes, la quiebra de factorías, y parte
importante de la riqueza de Francia emigró con sus propietarios a los países
vecinos, donde existía algo de tolerancia. Si bien el Edicto de Versalles de
1787, promulgado bajo el reinado de Luis XVI
permitió a los no-católicos practicar su religión de manera privada y les
devolvió el acceso al registro civil, los
protestantes no tuvieron plena libertad de culto hasta la Revolución Francesa,
con la aprobación de la Constitución de 1791.
El ejemplo francés de intolerancia religiosa, no ha
desaparecido, todo lo contrario, se ha extendido hacia otros aspectos de la
vida en sociedad.
El avance de la tolerancia ha sido muy lento o ha
retrocedido, si tenemos en cuenta que en el siglo XX y en lo que va del nuevo
siglo, con los diversos totalitarismos, la humanidad vio reaparecer la
intolerancia hasta magnitudes que posiblemente no había, conocido ni en sus
momentos más trágicos.
La intolerancia resulta ser cualquier actitud
caracterizada por la perseverancia en la propia opinión, a pesar de las razones
que puedan esgrimirse contra ella. Supone, por tanto, cierta dureza y rigidez
en el mantenimiento de las propias ideas o características, que se tienen como
absolutas e inquebrantables. Tiene por consecuencia la discriminación dirigida
hacia grupos o personas (que puede llegar a la segregación o a la agresión) por el hecho de que
éstos piensen, actúen o simplemente sean de manera diferente.
Las múltiples manifestaciones de la intolerancia poseen
en común, como valor supremo, la
elevación de la propia identidad, ya sea étnica, sexual, ideológica o religiosa,
desde la cual se justifica el ejercicio de la marginación hacia el otro
diferente. El intolerante considera que ser diferentes equivale a no ser
iguales en cuanto a derechos.
Así
como la revocatoria del Edicto de Nantes provocó una catástrofe en la Francia
del siglo XVII, en Venezuela la
intolerancia tomó carta de nacionalidad, desde la llegada al poder del Tte.
Cnel. Hugo Chávez. Algunos de los elementos de políticas públicas, que nos
obligan a mantener lo antes dicho, son: el discurso excluyente de parte de los
mandatarios, la confiscación de medios de comunicación, la toma de empresas
privadas, la persecución, prisión,
exilio y hasta el asesinato de opositores, y en general la insistencia en
implantar un modelo político autoritario, antidemocrático y fracasado social y
económicamente.
Ya
lo había profetizado con meridiana claridad, el Doctor Jorge Olavarría, quién
el 5 de julio de 1999, como orador de orden en nuestro Parlamento, alertó al
país sobre los peligros que nos esperaban al entrar al siglo XXI, bajo un
gobierno autocrático y dictatorial. Señaló el Dr. Olavarría, entre otros
aspectos los siguientes: “Esta solemne celebración la
última del siglo coincide con una hora menguada de la patria, es una hora
triste, tensa y bochornosa. Preñada de peligros y amenazas para los que
queremos vivir en libertad y democracia bajo el imperio de la ley.
Advirtió, inequívocamente, sobre los peligros de hacer retroceder a
Venezuela a un ayer “cuyos atavismos de
violencia están latentes y sólo falta alguien que los despierte, y ese alguien
los está despertando.”
De igual modo indicó: “Si los
venezolanos nos dejamos alucinar por un demagogo dotado del talento de
despertar odios y atizar atavismos de violencia, con un discurso
embriagador de denuncias de corruptelas presentes y heroicidades pasadas,
el año entrante Venezuela no entrará en el siglo XXI, se quedará rezagada
en lo peor del siglo XX, o retornará a lo peor del siglo XIX.”
Ya en ese entonces
el orador de orden se refería a las amenazas que había proferido el señor
Chávez contra todos los poderes constituidos. Advertía además: “Pero estas no son las amenazas de un
reformador de lo que se niega tercamente a ser reformado. Son los anuncios de
un destructor. Nunca Antes, salvo los días de Boves y Morales, se había hecho
una prédica tan clara y abierta a favor del caos y la anarquía.
Nunca. Los más radicales revolucionarios han predicado un orden
nuevo, pero orden. Nadie ha predicado el desorden, la incertidumbre y la
arbitrariedad como ideales para construir una república.”
Señaló el Dr. Olavarría, con manifiesta angustia: “¿Que más se puede decir para sacudir a los venezolanos que me escuchan
y sacarlos de su apatía, de su conformismo, de su cobardía cívica? Para
alentarlos de lo que puede suceder y VA A SUCEDER SI SE DEJA PASAR LO QUE
SE ESTA DICIENDO Y HACIENDO.”
Los venezolanos hemos vivido una verdadera tragedia desde la llegada al
poder de quienes lo han mantenido durante todos los años transcurridos del siglo
XXI; y las proféticas palabras del Dr. Olavarría, se han cumplido cabalmente.
Como en la Francia del siglo XVII, en Venezuela se ha producido una
tragedia que ha causado estragos en nuestro tejido social; el éxodo masivo de
venezolanos de todos los estratos sociales, se ha constituido en un verdadero
problema de dimensiones continentales; la intolerancia ha llegado a extremos de
exigir un mal llamado ·”carnet de la
patria”, que nos obliga a rememorar el oprobioso “billete de confesión” francés; la retirada y clausura de empresas
y fábricas manufactureras; la quiebra de nuestra principal industria petrolera
y de las más importantes industrias públicas; la hiperinflación que ha vuelto
al venezolano cada día más pobre; la catástrofe del sistema de salud; la falta
de los alimentos básicos en la dieta del venezolano; la destrucción de nuestro
sistema educativo; el auge incontrolado de la delincuencia común; el
narcotráfico y la descomunal corrupción administrativa, y problemas muy severos
en los servicios públicos más urgentes, entre otros males que nos agobian. Este
oscuro panorama nos obliga a reaccionar como venezolanos ante esta tragedia
nacional.
Como hemos señalado, hay motivos suficientes para entregarse a la noble
misión de cambiar de gobierno, hacer cumplir nuestra Constitución, como bien lo
expresan sus artículos 333 y 350. De tal manera que no es momento para el
imperio de la intolerancia en el grupo mayoritario de venezolanos que
adversamos a esta régimen. Es bien claro que no existe ningún partido o grupo
político que pueda, por sí solo, tener los arrestos necesarios para acabar con
esta tragedia. Es imperativo el concurso de todos, independientemente de
posiciones pasadas que solo han servido de experiencia para no caer otra vez en
ese error.
Se impone así, crear un gran movimiento social tolerante que permita la
participación de todos los venezolanos que quieren vivir en libertad, en un
país donde se pueda pensar distinto, sin temor a ser segregado y castigado por
ello. Se requiere además, deponer actitudes personales y protagonismos vanos
que tanto daño han causado a nuestro país. Se trata de unir esfuerzos en una
organización de tipo horizontal, que permita terminar con esta pesadilla.
Ciertamente la comunidad internacional, mayoritariamente, está
consciente de la desgracia que vivimos como país, y es lógico que esté en la
mejor disposición de ayudarnos a salir de este régimen; pero no basta con esa
voluntad fuera de nuestras fronteras, es necesario la unión, la verdadera
unión, que repetimos hasta el cansancio, debe ser tolerante, porque todos somos
necesarios. De no poder llegar a ese nivel de compromiso, estaremos condenados a seguir repitiendo: “el vil egoísmo otra vez triunfó”. Lo
más doloroso sería pasar como una generación que fue incapaz de entenderse para
detener esta tragedia, y en un futuro tener que responder con vergüenza a
nuestros hijos y nietos, que fuimos incapaces de lograr un verdadero esfuerzo
unitario.
Ilustración: runrunes.com
DDM/Mérida, agosto 2018
Muy buen artículo.. adicionalmente curioso por ser escrito por un homónimo
ResponderBorrarSaludos,
David Díaz Miranda
Lima-Perú