viernes, 14 de septiembre de 2018

Tolerancia e Intolerancia - David Díaz Miranda


Tolerancia define la actitud para convivir pacíficamente con ideas o comportamientos con los que no se está conforme. Sin embargo, más que aceptar o respetar los comportamientos o las ideas adversas, tolerar significa respetar el derecho que el ordenamiento jurídico reconoce a las personas que mantienen tales actitudes.

La tolerancia está estrechamente ligada a la libertad de pensamiento, uno de los mayores logros de la civilización y de los factores más eficaces del progreso, si se admite que el hombre ha evolucionado positivamente y si se acepta que la cultura y la sociedad que se ha formado en Occidente a partir de la cultura griega, es una de las más fecundas y creadoras.
Históricamente la tolerancia ha sido tardía y vacilante, la más notable evidencia de su conquista, comienza en el siglo XVIII cuando Voltaire, como representante del pensamiento ilustrado, arriesgó su sosiego y su vida, y al parecer su dinero, para defenderla. En esa época, la intolerancia religiosa había causado estragos en Francia, luego de la Reforma Protestante de Martín Lutero.

El rey Enrique IV de Francia firmó el famoso Edicto de Nantes en abril de 1598, el cual autorizaba la libertad de conciencia y de culto, limitada a los protestantes calvinistas. La promulgación de este edicto puso fin a las Guerras de Religión que convulsionaron a Francia durante el siglo XVI y cuyo punto culminante fue la Matanza de San Bartolomé en 1572.

Antes del Edicto de Nantes, los protestantes habían sido excluidos del ejercicio de muchas profesiones y oficios. Existía además, una medida discriminatoria que perturbaba la vida familiar y social: la iglesia católica no reconocía los matrimonios entre protestantes, por lo cual sus hijos eran considerados bastardos, y por ello imposibilitados de obtener herencia, lo que obligó a muchos a convertirse al catolicismo. Además, se impuso el llamado “billete de confesión”, cuya negativa de firmarlo condenaba a morir sin los últimos sacramentos  y eran enterrados fuera de tierra católica.

En 1685, Luis XIV decretó la revocación del Edicto de Nantes y otorgó el papel preponderante a la iglesia católica. Este acto trajo como consecuencia una de las más grandes desgracias de Francia, al provocar el éxodo masivo de artesanos excelentes, la quiebra de factorías, y parte importante de la riqueza de Francia emigró con sus propietarios a los países vecinos, donde existía algo de tolerancia. Si bien el Edicto de Versalles de 1787, promulgado bajo el reinado de Luis XVI permitió a los no-católicos practicar su religión de manera privada y les devolvió el acceso al registro civil, los protestantes no tuvieron plena libertad de culto hasta la Revolución Francesa, con la aprobación de la Constitución de 1791.

El ejemplo francés de intolerancia religiosa, no ha desaparecido, todo lo contrario, se ha extendido hacia otros aspectos de la vida en sociedad.
El avance de la tolerancia ha sido muy lento o ha retrocedido, si tenemos en cuenta que en el siglo XX y en lo que va del nuevo siglo, con los diversos totalitarismos, la humanidad vio reaparecer la intolerancia hasta magnitudes que posiblemente no había, conocido ni en sus momentos más trágicos.
La intolerancia resulta ser cualquier actitud caracterizada por la perseverancia en la propia opinión, a pesar de las razones que puedan esgrimirse contra ella. Supone, por tanto, cierta dureza y rigidez en el mantenimiento de las propias ideas o características, que se tienen como absolutas e inquebrantables. Tiene por consecuencia la discriminación dirigida hacia grupos o personas (que puede llegar a la segregación o a la agresión) por el hecho de que éstos piensen, actúen o simplemente sean de manera diferente.
Las múltiples manifestaciones de la intolerancia poseen en común, como valor supremo,  la elevación de la propia identidad, ya sea étnica, sexual, ideológica o religiosa, desde la cual se justifica el ejercicio de la marginación hacia el otro diferente. El intolerante considera que ser diferentes equivale a no ser iguales en cuanto a derechos.
Así como la revocatoria del Edicto de Nantes provocó una catástrofe en la Francia del siglo XVII,  en Venezuela la intolerancia tomó carta de nacionalidad, desde la llegada al poder del Tte. Cnel. Hugo Chávez. Algunos de los elementos de políticas públicas, que nos obligan a mantener lo antes dicho, son: el discurso excluyente de parte de los mandatarios, la confiscación de medios de comunicación, la toma de empresas privadas,  la persecución, prisión, exilio y hasta el asesinato de opositores, y en general la insistencia en implantar un modelo político autoritario, antidemocrático y fracasado social y económicamente.

Ya lo había profetizado con meridiana claridad, el Doctor Jorge Olavarría, quién el 5 de julio de 1999, como orador de orden en nuestro Parlamento, alertó al país sobre los peligros que nos esperaban al entrar al siglo XXI, bajo un gobierno autocrático y dictatorial. Señaló el Dr. Olavarría, entre otros aspectos los siguientes: “Esta solemne celebración la última del siglo coincide con una hora menguada de la patria, es una hora triste, tensa y bochornosa. Preñada de peligros y amenazas para los que queremos vivir en libertad y democracia bajo el imperio de la ley.

Advirtió, inequívocamente, sobre los peligros de hacer retroceder a Venezuela a un ayer “cuyos atavismos de violencia están latentes y sólo falta alguien que los despierte, y ese alguien los está despertando.”

De igual modo indicó: “Si los venezolanos  nos dejamos alucinar por un demagogo dotado del talento de despertar odios  y atizar atavismos de violencia, con un discurso embriagador  de denuncias de corruptelas presentes y heroicidades pasadas, el año entrante Venezuela no entrará en el siglo XXI, se quedará rezagada  en lo peor del siglo XX, o retornará  a lo peor del siglo XIX.”

Ya en ese entonces el orador de orden se refería a las amenazas que había proferido el señor Chávez contra todos los poderes constituidos. Advertía además: “Pero estas no son las  amenazas de un reformador de lo que se niega tercamente a ser reformado. Son los anuncios de un destructor. Nunca Antes, salvo los días de Boves y Morales, se había hecho una prédica  tan clara y abierta a favor del caos y la anarquía. Nunca.   Los más radicales revolucionarios han predicado un orden nuevo, pero orden. Nadie ha predicado el desorden, la incertidumbre y la arbitrariedad como ideales para construir una república.”

Señaló el Dr. Olavarría, con manifiesta angustia: “¿Que más se puede decir para sacudir a los venezolanos que me escuchan y sacarlos de su apatía, de su conformismo, de su cobardía cívica? Para alentarlos  de lo que puede suceder y VA A SUCEDER SI SE DEJA PASAR LO QUE  SE  ESTA DICIENDO Y HACIENDO.”

Los venezolanos hemos vivido una verdadera tragedia desde la llegada al poder de quienes lo han mantenido  durante todos los años transcurridos del siglo XXI; y las proféticas palabras del Dr. Olavarría, se han cumplido cabalmente.

Como en la Francia del siglo XVII, en Venezuela se ha producido una tragedia que ha causado estragos en nuestro tejido social; el éxodo masivo de venezolanos de todos los estratos sociales, se ha constituido en un verdadero problema de dimensiones continentales; la intolerancia ha llegado a extremos de exigir un mal llamado ·”carnet de la patria”, que nos obliga a rememorar el oprobioso “billete de confesión” francés; la retirada y clausura de empresas y fábricas manufactureras; la quiebra de nuestra principal industria petrolera y de las más importantes industrias públicas; la hiperinflación que ha vuelto al venezolano cada día más pobre; la catástrofe del sistema de salud; la falta de los alimentos básicos en la dieta del venezolano; la destrucción de nuestro sistema educativo; el auge incontrolado de la delincuencia común; el narcotráfico y la descomunal corrupción administrativa, y problemas muy severos en los servicios públicos más urgentes, entre otros males que nos agobian. Este oscuro panorama nos obliga a reaccionar como venezolanos ante esta tragedia nacional.

Como hemos señalado, hay motivos suficientes para entregarse a la noble misión de cambiar de gobierno, hacer cumplir nuestra Constitución, como bien lo expresan sus artículos 333 y 350. De tal manera que no es momento para el imperio de la intolerancia en el grupo mayoritario de venezolanos que adversamos a esta régimen. Es bien claro que no existe ningún partido o grupo político que pueda, por sí solo, tener los arrestos necesarios para acabar con esta tragedia. Es imperativo el concurso de todos, independientemente de posiciones pasadas que solo han servido de experiencia para no caer otra vez en ese error.

Se impone así, crear un gran movimiento social tolerante que permita la participación de todos los venezolanos que quieren vivir en libertad, en un país donde se pueda pensar distinto, sin temor a ser segregado y castigado por ello. Se requiere además, deponer actitudes personales y protagonismos vanos que tanto daño han causado a nuestro país. Se trata de unir esfuerzos en una organización de tipo horizontal, que permita terminar con esta pesadilla.

Ciertamente la comunidad internacional, mayoritariamente, está consciente de la desgracia que vivimos como país, y es lógico que esté en la mejor disposición de ayudarnos a salir de este régimen; pero no basta con esa voluntad fuera de nuestras fronteras, es necesario la unión, la verdadera unión, que repetimos hasta el cansancio, debe ser tolerante, porque todos somos necesarios. De no poder llegar a ese nivel de compromiso, estaremos condenados a seguir repitiendo: “el vil egoísmo otra vez triunfó”. Lo más doloroso sería pasar como una generación que fue incapaz de entenderse para detener esta tragedia, y en un futuro tener que responder con vergüenza a nuestros hijos y nietos, que fuimos incapaces de lograr un verdadero esfuerzo unitario.

Ilustración: runrunes.com

DDM/Mérida, agosto 2018

1 comentario:

  1. Muy buen artículo.. adicionalmente curioso por ser escrito por un homónimo
    Saludos,
    David Díaz Miranda
    Lima-Perú

    ResponderBorrar