Somos un país que ha sido
gobernado mayormente por militares a lo largo de su historia. Conocimos brevemente
la democracia en 1948 y luego la retomamos en 1958, después de diez años de
dictadura. Luego del derrocamiento del régimen de Marcos
Pérez Jiménez, el
23 de enero de 1958, el peligro de una nueva dictadura militar seguía latente y
se convirtió en una amenaza permanente para el restablecimiento de la
democracia en Venezuela. Dichas amenazas se expresaron en dos intentos fallidos
de Golpe de Estado, en julio y septiembre de ese mismo año.
Ante tales circunstancias,
Rómulo Betancourt propuso el Pacto de Punto Fijo, el cual no era sino la
prolongación de conversaciones sostenidas durante el exilio entre Betancourt,
Caldera y Villalba, sobre los errores del pasado, las posibilidades de no
cometerlos en el futuro, y así garantizar un compromiso para gobernar entre AD,
COPEI y URD.
Aunque los nuevos actores políticos actuales han insistido en desacreditar al Pacto de Punto Fijo, éste funcionó como un
mecanismo que obedeció a circunstancias históricas muy específicas, y permitió
estabilizar el sistema político venezolano por espacio de cuarenta años. Dos
características distinguían claramente a dicho pacto: la creación de un Gobierno de Unidad
Nacional y
establecer un Programa
de Gobierno mínimo común.
En
los años transcurridos del siglo XXI, en Venezuela se ha producido una tragedia que
ha causado estragos en nuestra sociedad: el éxodo masivo de venezolanos de
todos los estratos sociales, se ha constituido en un verdadero problema de
dimensiones continentales; la intolerancia ha llegado a extremos de exigir un
mal llamado ·”carnet de la patria”,
de carácter segregacionista; la retirada y clausura de empresa fascistas y
fábricas manufactureras; la quiebra de nuestra principal industria petrolera y
de las más importantes industrias públicas; la hiperinflación que ha vuelto al
venezolano cada día más pobre; la catástrofe del sistema de salud; la falta de
los alimentos básicos en la dieta del venezolano; la destrucción de nuestro
sistema educativo; el auge incontrolado de la delincuencia común; el narcotráfico
y la descomunal corrupción administrativa, y problemas muy severos en los
servicios públicos más urgentes, entre otros males que nos agobian. Este oscuro
panorama nos obliga a reaccionar como venezolanos ante esta tragedia nacional.
Como hemos señalado, hay motivos suficientes
para entregarse a la noble misión de cambiar de gobierno, hacer cumplir nuestra
Constitución, como bien lo expresan sus artículos 333 y 350. De tal manera que
no es momento para el imperio de la intolerancia en el grupo mayoritario de
venezolanos que adversamos a esta régimen. Es bien claro que no existe ningún
partido o grupo político que pueda, por sí solo, tener los arrestos necesarios
para acabar con esta tragedia. Es imperativo el concurso de todos,
independientemente de posiciones pasadas que solo han servido de experiencia
para no caer otra vez en ese error.
Se impone así, crear un gran movimiento social
tolerante que permita la participación de todos los venezolanos que quieren
vivir en libertad, en un país donde se pueda pensar distinto, sin temor a ser
segregado y castigado por ello. Se requiere además, deponer actitudes
personales y protagonismos vanos que tanto daño han causado a nuestro país. Se
trata de unir esfuerzos en una organización de tipo horizontal, que permita
terminar con esta pesadilla.
Al igual que los precursores de la democracia en
Venezuela al crear el Pacto de Punto Fijo, superaron las dificultades y
experiencias negativas vividas en ese entonces, la oposición venezolana ha
cometido errores y se impone la necesidad de no repetirlos. De allí que sea
necesario estimular la esperanza en este tipo de alianzas para salir de nuestra
tragedia actual. Es claro que las circunstancias históricas son distintas, y
por ello la respuesta no puede ser del mismo tenor, mejorar y ampliar un nuevo
frente, incluyente, amplio y tolerante, debe ser nuestro objetivo primario.
Ciertamente la comunidad internacional,
mayoritariamente, está consciente de la desgracia que vivimos como país, y es
lógico que esté en la mejor disposición de ayudarnos a salir de este régimen;
pero no basta con esa voluntad fuera de nuestras fronteras, es necesario la
unión, la verdadera unión, que repetimos hasta el cansancio, debe ser
tolerante, porque todos somos necesarios. De no poder llegar a ese nivel de compromiso, estaremos condenados a
seguir repitiendo: “…el vil egoísmo otra
vez triunfó”. Lo más doloroso sería pasar como una generación que fue
incapaz de entenderse para detener esta tragedia, y en un futuro tener que
responder con vergüenza a nuestros hijos y nietos, que fuimos incapaces de
lograr un verdadero esfuerzo unitario.
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