El Centenario de la Reforma Universitaria de 1918
es, sin dudas, un acontecimiento de singular importancia. (Re)pensar la Reforma
es, en primer lugar, no considerarla «un hecho del pasado», sino comprenderla
como un desafío activo para ser rigurosos con nuestro presente y, sobre todo,
proyectarnos hacia el futuro. Creemos que pensar la Reforma en clave de futuro
significa poner en evidencia la actualidad de sus postulados y reconocerla y
comprenderla en su tensión histórica, recuperando la extraordinaria vitalidad
de su legado.
Cuando se cumplían dieciocho años de la Reforma,
Deodoro Roca (exdirigente universitario reformista) promovió una encuesta,
desde su periódico Flecha, y se permitió reflexionar acerca de
aquellos acontecimientos para reafirmar su importancia radical y sopesar sus
realizaciones incumplidas. Lo consideraba el movimiento de juventud más rico y
germinativo de América Latina desde su emancipación política. No negaba su
contorno pequeñoburgués y, sin embargo, eso no le impedía valorarlo en su
potencia vivificante: “Hay grandes ríos que comienzan en un ojo de agua”.
Roca pensaba que la Reforma había comenzado como
una discusión en torno a la penuria docente de unos cuantos “maestros
pintorescos, pedantes y dogmáticos”, para convertirse en un proceso de impacto
continental. Poco menos de veinte años después, su visión era algo amarga: en
la “Universidad Plutócrata” la penuria seguía siendo la misma. La Reforma
—afirmaba Roca— “fue todo lo que pudo ser” y, en esa reflexión entre
apesadumbra e imprescindible, concluía que sin reforma social no podía haber
reforma universitaria. “Aquel movimiento pequeñoburgués y romántico de 1918 es
hoy un movimiento social caudaloso y profundo. Está ganando el mundo juvenil,
pues hoy la juventud comprende bien que no puede haber reforma educacional `a
fondo´ sino con reforma social también de fondo”. En su reflexión se mezclan
una cierta aflicción y una esperanza no contingente. Y es que era muy difícil
pensar en la conformación de un verdadero sistema universitario amplio y
democrático —precisamente como conditio sine que non para una
realización plena de las bases liminares de la Reforma de 1918—, sin la
gratuidad. Sin embargo, ese aspecto nodal habría de cumplirse recién en 1949.
Algo que, durante décadas, la historiografía oficial omitió incluso en textos
destacados de historiadores y divulgadores de primera línea (como Félix Luna y
Tulio Halperin Donghi). En efecto, el Decreto 29337, firmado el 22 de noviembre
de 1949, suspende el cobro de aranceles en las universidades nacionales
argentinas que pasaban, así, a ser gratuitas.
Esta medida impulsaba la inclusión de sectores
antes marginados del capital cultural más elevado de nuestro país y permitía,
además, considerar a la educación universitaria no como un privilegio, sino
como un derecho social. Algo que no habían soñado los reformadores
del 18, y que recién en la Conferencia Regional de Educación Superior en
América Latina y el Caribe de 2008 (casi sesenta años más tarde), habría de
sancionarse como propósito central y demanda efectiva para el conjunto del
sistema universitario de la región. En aquel próximo y lejano 1918, una crítica
sustancial del movimiento reformista se dirigía hacia un modelo de sociedad
sobre el que se instituía un régimen de dominación y segregación en el que se
articulaban la colonialidad del saber y la colonialidad del
poder. También aquí es posible advertir la actualidad y significación del
desafío que afrontamos.
Es nuestro deseo que la III Conferencia Regional de
Educación Superior de América Latina y el Caribe 2018 recoja la riqueza de los
debates que se vienen sucediendo, ratifique la Declaración Final de su predecesora
y considere a la educación superior un bien público social, un derecho humano y
universal y un deber del Estado. Es ese el papel estratégico que debe jugar en
los procesos de desarrollo sustentable de los países de la región. Y esa es la
convicción que nos anima.
31 mayo, 2018
Jorge Calzoni, rector de la Universidad Nacional de Avellaneda
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