A 100 años de la Reforma Universitaria
En el centenario del estallido del movimiento de la
Reforma Universitaria en Córdoba, Argentina, reconstruir las inquietudes y las
instancias de sociabilidad de los estudiantes latinoamericanos de las primeras
décadas del siglo xx contribuye a reponer parte de la historia política y
social de la región. Se trató de un movimiento que articuló diversas
sensibilidades políticas, desde el liberalismo hasta el marxismo, pasando por
un antiimperialismo transversal, que en los años 20 se extendió por diversos países
y constituyó el terreno para nuevas emergencias intelectuales.
En junio de 2018 se
cumplen 100 años de la revuelta argentina con la que se inició la Reforma
Universitaria. La impugnación de los estudiantes y jóvenes graduados de la
Universidad Nacional de Córdoba a la elección de un rector de impronta
católico-conservadora pronto sería identificada como el comienzo simbólico de
un movimiento político-cultural mediante el cual los estudiantes se sumaban –y
renovaban– a las izquierdas latinoamericanas. Ante el centenario de la Reforma,
nos detendremos en las novedades que la articulación de ese movimiento
introdujo en la identidad estudiantil y repasaremos también las formas que fue
adquiriendo en su recorrido inicial por el continente.
Agremiación estudiantil
A fines del
siglo xix, se registran en
las universidades de Buenos Aires, Santiago de Chile y Montevideo los primeros
grupos estudiantiles que reclaman reformas universitarias. Estas debían
introducir, en su opinión, cátedras con perspectiva científica, la asistencia
no obligatoria a clases, la participación de profesores y estudiantes en el
gobierno universitario y criterios menos memorísticos y arbitrarios en los
exámenes. En ese entonces, las universidades latinoamericanas –varias de ellas
herederas del orden colonial– se orientaban a la regulación de las profesiones
liberales (medicina, ingeniería y abogacía) y tenían un escaso perfil
científico. Su misión era ofrecer la primera formación –completada por el viaje
a Europa– a los futuros gobernantes y técnicos de las repúblicas oligárquicas.
A comienzos del
siglo xx, un grupo de
estudiantes de medicina fundaba la Federación de Estudiantes de la Universidad
de Chile (fech), que con varias
interrupciones pervive hasta la actualidad. Interpelados por ideas liberales y
socialistas, esos jóvenes se reunieron para definir sus reivindicaciones
gremiales y promover la extensión universitaria a través de conferencias para
obreros. Con ello se comenzaba a esbozar una identidad estudiantil alejada de
la república oligárquica, pero deberían irrumpir diversos acontecimientos
nacionales e internacionales para que esa identidad terminara de delinearse1.
Los estudiantes de
la Universidad de Buenos Aires (uba),
por su parte, protagonizaron entre 1903 y 1906 un ciclo de huelgas que
cuestionó la calidad educativa y la autoridad universitaria y que se entrelazó
con las ideas y prácticas anarquistas y socialistas, de amplia circulación en
el Río de la Plata2. Las huelgas lograron que la
universidad dejara de estar gobernada por academias vitalicias –compuestas por
dos tercios de figuras notables y solo un tercio de profesores–, para pasar a
regirse por consejos directivos formados íntegramente por profesores titulares
elegidos de modo periódico. Pero luego de ese logro, el movimiento tendió a
perder intensidad3. Por su parte, los jóvenes de la
Universidad de la República habían creado la Asociación de los Estudiantes de
Montevideo en 1893. Esta incrementó su actividad en 1905 cuando realizó una
serie de protestas contra la asistencia obligatoria y los criterios de
aprobación de los exámenes4. Y de la Asociación provendría el
impulso para tramar una sociabilidad gremial continental que, a distancia de la
extensión organizada por los estudiantes chilenos y de las huelgas de los
porteños, se inscribió en las repúblicas oligárquicas.
La asociación
uruguaya convocó a un primer Congreso Internacional de Estudiantes Americanos,
que se realizó en Montevideo en enero de 1908. A él asistieron casi 100
representantes de centros estudiantiles de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile,
Paraguay y Perú. Guatemala y Cuba delegaron su representación en tres
estudiantes montevideanos, y de Estados Unidos solo se recibió la adhesión de
algunas universidades. Durante una semana, los delegados discutieron, en
comisiones, cuestiones relacionadas con la medicina, el derecho, la ingeniería
y la arquitectura, el comercio y los estudios secundarios. Además debatieron,
en reuniones plenarias y a partir de informes preparados previamente, sobre la
dependencia estatal o privada del sistema universitario, el sistema de
exámenes, los estudios libres, la unificaciones de los programas de las
universidades del continente y la equivalencia de los títulos, la
especialización o la generalización de los estudios, las franquicias a los
estudiantes, las becas y bolsas de viaje, los ejercicios físicos y torneos
atléticos internacionales, la glorificación de los prohombres americanos, la
adhesión a la Federación Internacional de Estudiantes Corda Frates, la
designación del Día de la Primavera como fiesta de los estudiantes, el
intercambio de libros, diarios y revistas, la fundación de una Liga de
Estudiantes Americanos y la organización de congresos periódicos.
Los delegados
aprobaron la fundación de la Liga y su sección argentina organizó en 1910 en
Buenos Aires el segundo Congreso; en 1912 se desarrolló en Lima el tercero; en
1914 debía organizarse el cuarto en Santiago de Chile, pero la organización se
disgregó. Los temarios sugieren que esa sociabilidad continental se
circunscribió a cuestiones gremiales.
Pero si en 1908 ya se encuentran los
reclamos de democratización universitaria que definirán la Reforma, estos no se
vinculan a la demanda de repúblicas más democráticas e igualitarias, y esa
justamente será la novedad definitoria de la Reforma. En efecto, la Liga no
solo no cuestionó el imperialismo estadounidense ni las restricciones
democráticas que mantenían las elites gobernantes, sino que fomentó un juvenilismo
para el cual el reclamo de mejores universidades se vinculaba a la mejor
formación de los sucesores de las elites oligárquicas. Y estas fueron las que
solventaron los viajes de las delegaciones estudiantiles y recibieron en cada
encuentro a los jóvenes como embajadores culturales de las repúblicas de las
que provenían. La distancia con las izquierdas era tal que en 1914 el diputado
socialista Juan B. Justo se opuso a que el Estado argentino gastara el «dinero
del pueblo» para financiar el viaje de los estudiantes que discutirían en Chile
las reformas universitarias en el marco del frustrado cuarto Congreso5. En cambio, cuando surgieron las
revueltas cordobesas de mediados de 1918, Justo se mostró como uno de los
defensores más decididos de los reformistas.
Estallido y expansión de la Reforma
En la Córdoba de
1918, la eliminación de las academias vitalicias –lograda por los estudiantes
de Buenos Aires en 1906– estuvo en el centro del estallido del movimiento de la
Reforma. Pero, a distancia de la sociabilidad de la Liga, su reemplazo por un
sistema de gobierno universitario más democrático rápidamente se erigió en el
primer logro de una sociabilidad estudiantil que impugnaba tanto la formación
clerical-conservadora de la Universidad de Córdoba como las repúblicas
oligárquicas que gobernaban los distintos países latinoamericanos. Los líderes
de la revuelta cordobesa y redactores del Manifiesto liminar –del
que la Federación Universitaria de Córdoba preparó una centena de copias para
ponerlas a circular por el continente– impulsaban la articulación de las
reformas universitarias con el reclamo por mayor democracia social y, junto a
ello, una identidad estudiantil que por primera vez trazaba su solidaridad con
el movimiento obrero.
En julio de 1918,
60 estudiantes, delegados de las universidades de Córdoba, Buenos Aires, La
Plata, Tucumán y Santa Fe, se reunieron en Córdoba para desarrollar el primer
Congreso Nacional de Estudiantes. Los proyectos que lograron la aprobación
tendían a limitar la reforma a los reclamos gremiales, pero el encuentro le
permitía a la minoría que intentaba vincularla a las izquierdas darse a conocer
y proyectarse en otras instancias. Por su parte, en agosto de 1918 Hipólito
Yrigoyen –el presidente argentino, surgido de la Unión Cívica Radical, que
había inaugurado dos años antes la república democrática– decretaba unas nuevas
bases universitarias y con ello forzaba a las autoridades universitarias a
modificar sus estatutos para implementar el cogobierno, la libertad de cátedra
y los concursos de profesores. Junto con el congreso estudiantil, el decreto
facilitaba la expansión de los reclamos cordobeses a las otras universidades,
pero también generaba una intensa polémica sobre el significado del movimiento
emergente. Y en esa polémica participaron reformistas que apenas tenían puntos
de vista en común, pues hasta mediados de la década de 1920 se reconocían
defensores de la Reforma tanto las autoridades académicas que –como Rodolfo
Rivarola y José Arce– desaprobaban la participación estudiantil en el gobierno
universitario y la circulación de ideas de izquierda como quienes impulsaban la
democratización de las universidades desde afinidades políticas tan diversas
como el liberalismo construido por el yrigoyenismo, el nacionalismo
jerarquizante y los distintos filones de las izquierdas.
En sus discursos y
artículos, Deodoro Roca, Saúl Taborda, Carlos Astrada y otros
líderes cordobeses insistieron en que el fin de la prolongada Gran Guerra, el
triunfo de los bolcheviques en Rusia, la creciente conflictividad obrera
argentina y los límites del reformismo yrigoyenista anunciaban nuevos tiempos
en los que la revolución emancipatoria era inminente. La tarea de la «nueva
generación» era construir universidades más democráticas y científicas, pero
también participar del movimiento social que permitiría alcanzar la
emancipación. A esta interpretación se sumó José Ingenieros con su
prestigiosa Revista de Filosofía, así como Alfredo
Palacios, reconocido por su condición de primer diputado socialista de América
Latina.
Las federaciones
debieron decidir si su acción se circunscribía a los problemas gremiales de los
estudiantes. La Federación Universitaria de Buenos Aires (fuba) defendió el apoliticismo, mientras
que la de Córdoba y la Federación Universitaria Argentina (fua) estuvieron dirigidas por los
reformistas que impulsaban un posicionamiento izquierdista de las agremiaciones
estudiantiles. A su vez, en Buenos Aires, Córdoba y otras ciudades argentinas y
latinoamericanas surgieron grupos que promovieron la continuidad entre reforma
universitaria y revolución social6.
La inscripción de
la Reforma en las izquierdas que impulsaban estos grupos terminaría
prosperando, a punto tal que hacia 1923 los estudiantes nacionalistas dejaban
de definirse como reformistas. Pero la identidad izquierdista no permaneció
inalterable ni unificada. Su primera reconfiguración se produjo a mediados de
los años 20, cuando la denuncia del imperialismo estadounidense comenzaba a
estar en el centro de las preocupaciones reformistas. Y en ello resultaban
decisivos no solo la derrota de las insurrecciones bolcheviques en Europa y la
desaceleración del conflicto social argentino, sino también los ecos que el movimiento
había encontrado en diversas ciudades del continente.
La Reforma recorre América Latina
A fines de 1918,
dos estudiantes chilenos visitaron Buenos Aires para conocer el sistema
universitario argentino. A través de ellos llegó a Chile una definición
institucionalista de la Reforma; los jóvenes habían sido recibidos por las
autoridades universitarias y por la fuba y
partieron sin conocer a los grupos izquierdistas ni visitar la conmocionada
Córdoba. Pero la definición de esos grupos no tardaría en ser saludada por
la fech, pues en 1920 la
Federación se vinculó a la fua y
en 1922 recibió al líder de la Federación de Estudiantes del Perú, Víctor Raúl
Haya de la Torre, y se dejó convencer de emprender una campaña para reclamar la
autonomía universitaria, la docencia y asistencia libres y los distintos
principios de los reformistas argentinos y peruanos.
En Lima el
entusiasmo por la revuelta cordobesa creció a través de las conferencias que
pronunció Palacios en 1919. Los estudiantes de la Universidad de San Marcos ya
contaban con una organización gremial alejada de las simpatías hacia la
república oligárquica. De todos modos, erigieron al movimiento estudiantil
argentino en la guía para construir una identidad comprometida con la
emancipación humana. En junio de 1919 se reunieron en una serie de asambleas e
iniciaron una huelga para reclamar la democratización universitaria. De modo
similar a Yrigoyen, Augusto Leguía –quien acababa de asumir como presidente
provisorio y afrontaba la resistencia de las oligarquías universitarias–
recibió a los estudiantes en huelga y buscó consolidar una alianza mediante un
decreto que incorporaba en los estatutos universitarios la libertad de cátedra
y el cogobierno.
Además, en marzo de 1920 financió la realización en Cuzco del
primer Congreso Nacional de Estudiantes. En este se evidenció el emergente
liderazgo de Haya de la Torre pero, como había ocurrido en el congreso cordobés
de julio de 1918, la mayoría de los delegados se reconocieron en el
nacionalismo y no dieron su aprobación a los proyectos que ligaban el
movimiento estudiantil a la justicia social. Sí legitimaron la huelga como un
método de reclamo y las universidades populares como una obligación
estudiantil. Desde estas –y no desde la realización de congresos–, Haya de la
Torre y un puñado de jóvenes avanzarían en su anhelada inscripción de la
Federación de Estudiantes de Perú en las izquierdas. En 1921 los estudiantes
invitaron a los obreros al local estudiantil para tomar cursos de arte,
historia, economía, ciencia, cuestiones obreras y revolucionarias; poco después
sumaron clases en el barrio obrero Vitarte, y si bien las actividades se
interrumpieron en 1922 (cuando el movimiento se disgregó y Haya de la Torre
partió por cuatro meses a recorrer Uruguay, Chile y Argentina), en 1923 tomaron
un nuevo y breve impulso bajo el nombre de Universidad Popular González Prada7.
En cuando a los
estudiantes de la Universidad de la República, en 1920 los jóvenes que animaban
el Centro Ariel se vincularon al grupo radicalizado de Buenos Aires y, luego de
declarar que habían «ampliado la visión y fortificado la conciencia de la obra
pedida por la hora histórica»8, reivindicaron la Reforma como un
movimiento político-cultural de escala continental y la «revolución en los
espíritus» como la tarea intelectual de la hora emancipadora internacional9. Además de organizar conferencias de
extensión y editar la revista Ariel, en 1922 estos
jóvenes tuvieron un rol protagónico en dos reivindicaciones gremiales: la
autonomía universitaria y la fundación de una facultad de Filosofía y Letras.
La figura magisterial de la primera fue Alfredo Palacios, quien había sumado a
su reconocimiento el de ser el decano reformista de la facultad de Ciencias
Jurídicas y Sociales en la Universidad Nacional de La Plata. La segunda campaña
tuvo como maestro al filósofo antipositivista Carlos Vaz Ferreira. A diferencia
del resto de las universidades de América Latina, la de la República era
gratuita y tenía una impronta más democrática. De todos modos, los estudiantes
lograrían aquellas reivindicaciones, así como el cogobierno, los concursos y la
libertad de cátedra, luego de varias décadas y sucesivas huelgas y
manifestaciones.
En 1920, la fua firmaba los dos primeros
convenios internacionales estudiantiles de América Latina, uno con la
federación peruana y otro con la chilena. Sus compromisos no se tradujeron en
actividades masivas ni lograron concretar el congreso internacional, pero
permitieron que estrecharan vínculos los líderes que ligaban la Reforma al
reclamo de mayor democracia social, quienes pronto se preocuparon por la
denuncia del imperialismo.
El único congreso
internacional de estudiantes en los años 20 fue el organizado en México. El
éxito de la Revolución Rusa y el fin de la guerra europea decidieron a los
líderes de la Revolución Mexicana a construir una red de apoyo que dejara de
asociar el movimiento a una revuelta entre bandidos que se mataban entre sí,
para incorporarlo al panteón emancipatorio10. Una vez conocida la expansión por
América del Sur del movimiento estudiantil, el presidente Álvaro Obregón se
dejó convencer por José Vasconcelos, entonces rector de la Universidad Nacional
de México y poco después secretario de Educación Pública, sobre la necesidad de
estructurar el apoyo a partir de un multitudinario congreso estudiantil.
Este
se desarrolló en septiembre de 1921 y, a diferencia de los Congresos Internacionales
de Estudiantes Americanos y de los congresos nacionales que se realizaron en
Córdoba y en Cuzco, votó resoluciones que distanciaban a los estudiantes tanto
de las elites oligárquicas como del liberalismo, para tornarlos defensores de
una democracia regida por la igualdad económica. Allí se fundó la Federación
Internacional de Estudiantes y se decidió la oposición al chauvinismo, las
tiranías y la mercantilización del trabajo humano. Asimismo, se colocaron en el
centro de las preocupaciones las mismas que tenía la Revolución, esto es, la
denuncia de la presencia económica y política de eeuu en América Latina.
La Federación
decidió que su siguiente encuentro sería en 1922 en Buenos Aires, ciudad que
junto con México era el centro cultural más dinámico del continente. Pero, a
pesar del entusiasmo, los argentinos no lograron organizar el encuentro y las
resoluciones no superaron la condición programática. Una de las causas fue el
enfrentamiento que mantuvo con el movimiento estudiantil el nuevo presidente,
Marcelo T. de Alvear; otra, las discusiones entre los líderes de la fua sobre la politización de las
federaciones.
De todos modos, la
red de apoyo a México encontró otra vía de despliegue. Durante 1922,
Vasconcelos y una comitiva de intelectuales y estudiantes que sumaba casi 100
personas recorrieron las ciudades más importantes de Argentina, Brasil y Chile
en una campaña de propaganda que tenía por misión difundir los avances
culturales de la Revolución Mexicana y despertar simpatías en la región. Uno de
los más entusiastas anfitriones de la gira fue José Ingenieros, quien descubría
en la prédica de Vasconcelos el impulso para ligar el movimiento
político-cultural que venía estructurándose en torno de la Reforma a una
identidad antiimperialista y latinoamericanista. Esto daría lugar, en París, a
la Comisión de Solidaridad con los pueblos del nuevo continente y, en el Río de
la Plata, a la Unión Latino-Americana, fundada en 1925 bajo la presidencia de
Palacios y disuelta en 1930. La otra red reformista e izquierdista marcada por
la denuncia del imperialismo sería la Alianza Popular Revolucionaria Americana
(apra), fundada por Haya de la
Torre y un grupo de estudiantes a quienes Leguía condenó en 1923 al exilio por
haber liderado las masivas movilizaciones obrero-estudiantiles que evitaron que
Perú fuera consagrado al Sagrado Corazón de Jesús.
Al iniciar ese
exilio, que lo llevaría por México, Europa y la Rusia soviética, Haya de la
Torre pasó por Cuba, conoció al joven Julio Antonio Mella y, hasta la ruptura
de 1927, lo sumó a la red orientada a fundar el apra. Mella había liderado las movilizaciones estudiantiles
con las que la Reforma irrumpió en La Habana. A fines de 1922, en un clima de
creciente malestar por la política corrupta e imperialista, el rector de
la uba, José Arce, pronunció
una conferencia que alentaba la renovación de las universidades emprendida en
Argentina. Poco después se fundaba la Federación de Estudiantes Universitarios
de Cuba y se organizaban protestas y huelgas contra los profesores que dictaban
clases de escasa preparación y fomentaban un saber memorístico.
En octubre de 1923,
más de 100 estudiantes se reunían en el primer Congreso Nacional de Estudiantes
de la Enseñanza Media y de la Universidad para definir un programa que permitiera
actuar a la juventud culta tanto en el campo educacional como en el social e
internacional. Los encendidos debates tendieron a dividir a esa juventud en un
bloque nacionalista católico y otro laico, que a su vez incluía una mayoría
liberal nacionalista y una minoría marxista internacionalista. Mella y el grupo
marxista Renovación lograron que el Congreso condenara el imperialismo y el
panamericanismo y que llamara a la derogación de la Enmienda Platt, al rechazo
del capitalismo y a la fundación de una liga latinoamericana de estudiantes. Si
bien no se aprobó la vinculación de las reivindicaciones estudiantiles con las
obreras, ella se propició desde la Universidad Popular José Martí junto con un
nacionalismo radical que filiaba el patriotismo de Martí con el
antiimperialismo y la emancipación señalados por Karl Marx y la Revolución
Rusa.En 1924, Mella y su grupo se alejaron de la Federación Estudiantil para
fundar una breve Federación Anticlerical. Poco después se reunieron con el
incipiente movimiento obrero y una parte de la vanguardia literaria para crear
el Partido Comunista. En agosto de 1925, asumió la Presidencia de Cuba Gerardo
Machado, quien además de reincorporar a los profesores suspendidos, recortó las
libertades políticas y civiles. Al igual que otros dirigentes izquierdistas,
Mella fue encarcelado. Luego de una célebre huelga de hambre, consiguió su
liberación y escapó a México. Bajo la protección de Vasconcelos, continuó
organizando un frente comunista ligado a la Reforma, hasta que en enero de 1929
fue asesinado, probablemente por sicarios de Machado11.
Dos años antes, el
movimiento reformista e izquierdista se había escindido en dos frentes
irreconciliables y Mella y Haya de la Torre aparecían como sus figuras más
visibles. Haya de la Torre había anunciado que la clave popular-nacional
del apra ya no convergía
con el comunismo, pues ella no podía desplegarse en el internacionalismo y el
obrerismo asumidos por la Internacional Comunista. Ante esto, Mella se alejaba
del aprismo y promovía la crítica doctrinaria a través del sarcástico artículo
«¿Qué es el arpa?». Por su
parte, José Carlos Mariátegui, además de alejarse del apra, decidía la fundación del Partido
Socialista Peruano (psp).
Como han señalado
varios ensayistas, Mella y Mariátegui prolongaron la Reforma en un marxismo
latinoamericano para el que eran fundamentales tanto la cuestión indígena y
racial como las especificidades del desarrollo económico regional, pero la
temprana muerte de ambos se sumó al internacionalismo de los partidos
comunistas latinoamericanos para bloquear ese marxismo12. En las décadas siguientes, los
jóvenes de Bolivia, Colombia, Paraguay, Brasil y varios países latinoamericanos
se sumarían a la identidad estudiantil inscripta en las izquierdas que había
logrado inaugurar una fracción de la Reforma y, al hacerlo, debían decidir si
participarían de la apuesta aprista, la socialista o la comunista.
·
1.
Fabio
Moraga Valle: Muchachos casi silvestres. La Federación de Estudiantes y
el movimiento estudiantil chileno, 1906-1936, Ediciones de la Universidad
de Chile, Santiago de Chile, 2007.
·
2.
Juan
Suriano: Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires,
1890-1910, Manantial, Buenos Aires, 2004; Horacio Tarcus: Marx en la
Argentina. Sus primeros lectores obreros, intelectuales y científicos,
Siglo XXI, Buenos Aires, 2007.
·
3.
Tulio
Halperin Donghi: La Universidad deBuenos Aires, Eudeba, Buenos
Aires, 1962; Pablo Buchbinder: Historia de las universidades argentinas,
Sudamericana, Buenos Aires, 2005.
·
4.
Juan
Oddone y M. Blanca Paris de Oddone: Historia de la Universidad de la
República, 2 vol., Ediciones Universitarias, Montevideo, 2010.
·
5.
Susana
V. García: «Embajadores intelectuales. El apoyo del Estado a los congresos de
estudiantes americanos a principios del siglo XX» en Estudios Sociales No
19, 2000; Hugo Biagini: La contracultura juvenil. De la emancipación a
los indignados, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2012.
·
6.
N.
Bustelo y Lucas Domínguez Rubio: «Radicalizar la Reforma universitaria. La
fracción revolucionaria del movimiento estudiantil argentino (1918-1922)»
en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura vol.
44 No 2, 2017.
·
7.
Enrique
Cornejo Koster: «Crónica del movimiento estudiantil peruano (1919-1926)» en
Juan Carlos Portantiero (comp.): Estudiantes y política en América Latina,
Siglo XXI, Ciudad de México, 1978.
·
8.
«Nuestro
programa» en Ariel No 12, 8/1921, p. 3
·
9.
Gerardo
Caetano y Jorge Rilla: El joven Quijano, 1900-1933: izquierda nacional
y conciencia crítica, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 1986.
·
10.
Pablo
Yankelevich: La Revolución Mexicana en América Latina. Intereses
políticos e itinerarios intelectuales, Instituto Mora, Ciudad de México,
2003.
·
11.
Cristine
Hatzky: Julio Antonio Mella (1903-1929). Una biografía, Oriente, La
Habana, 2008; Ricardo Melgar Bao: Haya de la Torre y Julio Antonio
Mella en México, Ediciones del CCC, Buenos Aires, 2013.
·
12.
J.C.
Portantiero: Estudiantes y política en América Latina, cit.:
Patricia Funes: Salvar la nación. Intelectuales, cultura y política en
los años veinte latinoamericanos, Prometeo, Buenos Aires, 2006; Néstor
Kohan: De Ingenieros al Che, Biblos, Buenos Aires, 2000; Martín
Bergel: «Tentativas sobre Mariátegui y la literatura mundial» en Nueva
Sociedad No 266, 11-12/2016, disponible en www.nuso.org
·
Página 1 de 1
Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 275, Mayo -
Junio 2018, ISSN: 0251-3552
Por Natalia Bustelo
Nueva Sociedad, Mayo - Junio 2018
http://nuso.org/articulo/un-fantasma-que-recorrio-america-latina/
ESCUCHAR ENTREVISTA CON LA HISTORIADORA NATALIA BUSTELO, UNIVERSIDAD DE LA PLATA:
https://radiocut.fm/audiocut/entrevista-a-la-historiadora-natalia-bustelo/#.WzfBWN9E3u8.gmail
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