Simposio: CORDOBA. CIEN AÑOS DESPUES
Seccional de Profesores Jubilados.
Universidad de Los Andes. 20 y 21 junio de 2018
PORTICO
Millones de palabras se han escrito sobre este
acontecimiento estudiantil heroico.
Abordaré tres preguntas sobre la Reforma Universitaria de Córdoba: ¿Por
qué sucedió en Argentina y no en otro país latinoamericano? Por qué en la Universidad
de Córdoba y no en otra universidad argentina? Por qué fue sólo una reforma
política y jurídica de la universidad, y dejó intactos el modelo antiguo
colonial y el acientífico napoleónico?
1.-Argentina
ejercía un liderazgo continental indiscutible.
En 1853, la
Constitución Nacional asumió el
liberalismo inglés, progresista, dinámico y vinculado al
industrialismo; en el resto
latinoamericano, el francés,
proteccionista, conservador y económicamente
timorato. Los presidentes argentinos, a pesar de sus facciones e intrigas, realizaron la europeización diseñada para tener más maestros que soldados (Halperin,
Tulio. 1977).
Prefirieron la apertura irrestricta a la economía y al desarrollo, exigidos desde
mediados del siglo XIX por políticos e ideólogos prominentes como Juan Alberdi,
quien relacionó gobernar con poblar ya que
la inmigración, inglesa o secundariamente italiana según su deseo, el
financiamiento y la educación eran el progreso, y Domingo Faustino Sarmiento partidario de la
educación pública y puritana.
Hasta 1880, Inglaterra era el banco, corredor de bolsa, constructor de ferrocarriles y abastecedor de Argentina, lo que no permitía
claridad sobre el papel del Estado con
sólo funciones de administración de justicia,
acuñación de monedas, sanción de
leyes y defensa nacional.
Esto llevó a una concepción de
“nación” inspirada en el
reformismo en el cual, las contradicciones desplazadas no se eliminan sino que
se superan. Se concibió como la unión
total de ideales e intereses de las
clases y sectores de la sociedad. La integración
nacional se facilitó por la existencia de masas diezmadas de indígenas y ausencia de esclavos. La superación de las contradicciones
contrarias a la integración, sería por medios pacíficos, coexistentes y sin
luchas de clases (Villegas, Abelardo. 1977).
Para esa integración,
se federalizó el Puerto de Buenos Aires, se conectó con ferrocarriles a centros de producción agrícola e industrial, y se abrieron puertas a los inmigrantes europeos
para ser pequeños productores como en Estados Unidos.
Los antagonismos coloniales persistieron con latifundistas y explotación extensiva de la
tierra, relacionados con la riqueza, la
prosperidad y las capacidades económicas. No dieron oportunidades a los
inmigrantes, cuyas reivindicaciones las
vieron como contrarias a los terratenientes, y los confinaron en las
periferias de las ciudades discriminados. Pero luego, los inmigrantes de segunda generación tuvieron una gran movilización social y accedieron a
la producción, a la clase media, crearon
bancos comerciales e ingresaron a la universidad, sin agrado oligárquico.
No se logró una clase
capitalista fuerte, dependía del mercado internacional de materias primas y
del capital del exterior, lo que no
indujo el tipo de progreso esperado para reducir la sociedad tradicional,
opuesta a la modernización agraria e
industrial y a la participación de los inmigrantes propuestas por los liberales reformistas. Las visiones tradicional y liberal no desaparecieron, y compartieron el poder ya que “el liberalismo con sus palabras
nos separa, pero la economía con el dinero nos une” (Villegas, Abelardo. 1977.
Pero al incorporarse al comercio internacional, Argentina en 1880 duplicó la exportación; a principios del siglo XX multiplicó por 50 veces el valor de las exportaciones del litoral ganadero,
y en
1909 fue el primer exportador de
cereales del mundo, en una prosperidad no igualada en América Latina.
Argentina tuvo a
finales del siglo XIX y principios del XX, un liderazgo muy importante en política internacional y defensa
de la soberanía latinoamericana. Interpretó tempranamente la situación planteada
por Estados Unidos después que Inglaterra aceptó en 1850 un
tratado para soluciones concertadas para el canal inter oceánico. En la
Conferencia Panamericana del 1889-1890, Roque Sáenz Peña de la delegación
argentina, se opuso a la doctrina Monroe “América para los Americanos”, y en su
lugar propuso la de “América para la Humanidad” por el afán imperialista de
Estados Unidos que demostró luego en el
Tratado de París en 1898 con la anexión de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, pero
también para proteger el deseo de países
latinoamericanos de continuar las relaciones con Europa.
En 1902, por la
invasión europea a Venezuela por cobros de deudas, el canciller Luis María Drago expuso su doctrina, sobre que la suspensión de pagos de la deuda de un
país no podía ser razón suficiente para la intervención armada de otro país, lo que
llevó a Estados Unidos a hacer una derivante de la doctrina Monroe para
convertirse en procónsul para el cobro de deudas propias y europeas, aun con la
fuerza, lo que Argentina denunció. Fue neutral durante la Primera Guerra Mundial,
se
opuso a la invasión en 1914 ordenada por Thomas
Wilson a México del presidente Victoriano Huerta; a la partición de Panamá
de Colombia en 1903 (Villegas, A. 1977).
Argentina, Brasil y
Chile (ABC), con el liderazgo argentino
ejercieron su soberanía conscientes de
su importancia y responsabilidad en el mantenimiento del orden americano, pero
lejos de Estados Unidos y limitando su influencia
intervencionista a Centroamérica y El
Caribe. Este liderazgo económico y
político favoreció la proyección de la
Reforma en América Latina.
2.- La Universidad de Córdoba acumuló una pesada herencia de las universidades
medieval, renacentista y napoleónica.
La medieval, creada por reyes y papas desde 1125, no tuvo
sede, era pobre, humilde y desinteresada, una comunidad de frailes maestros y alumnos
que vivían de la limosna. La Facultad de Artes, ciclo básico para todos los
estudiantes que luego ingresaban a las Facultades de Teología, Derecho Canónigo
y Civil y Medicina, unidas desde el hombre y la sociedad hasta
Dios por la teología. Había libertad
para enseñar y otorgar los grados y un
cogobierno que Napoleón eliminó en 1806. Este esquema de Facultades
se trasladó a América.
La universidad medieval “era una fuerza cristiana y eclesiástica al servicio exclusivo de la
Iglesia y del Papa”, un conservatorio del conocimiento deductivo, que
se atesoraba y daba sólo prestigio. En
el Renacimiento, se transformaron la
universidad y los profesores porque el
conocimiento adquirió un valor político y económico, y se vendió. La universidad adquirió propiedades
inmobiliarias para funcionamiento y residencias, y nació el concepto de
recinto. Los profesores decidieron cobrar matrículas, donaciones y grados directamente
de los estudiantes, lo que cerró las puertas a los pobres. Los profesores
adquirieron un linaje o casta representado
en la riqueza y en ceremonias pomposas con togas, birretes y anillos
similares a las eclesiásticas y reales. Un signo del linaje fue la herencia de
las cátedras, lo que obstaculizó la renovación (Capelletti, Angel. 1993).
La
transferencia a América
Vinieron dos modelos,
el de Salamanca, público y el de Alcalá de Henares, privado religioso, mezclas de las universidades medievales y
renacentistas. Mientras en el resto de
Europa avanzaba la ciencia, en España prevalecían
el aristotelismo, el dogmatismo, el escolasticismo, el galenismo con gran
atraso en la Península y en América Latina (Rondón, Roberto. 2005).
Al independizarse, los países asumieron el modelo napoleónico, adscrito al Estado, sin
autonomía, con facultades separadas
constitutivas de la universidad y dedicadas sólo a la docencia, lo que atrasó la ciencia y la tecnología, acumulando esta falencia a los modelos transferidos de España.
En países, se aliaron los gobiernos y los grupos religiosos para una
cohabitación en la universidad; en otros, los gobiernos liberales permitieron el positivismo en las universidades públicas para abrirlas a la experimentación y al
pensamiento inductivo como en las universidades de Buenos Aires (1821) y La Plata (1903), públicas, pero no en Córdoba, privada y religiosa.
Esta Universidad se
creó en 1613 por los jesuitas y autorización del Papa Gregorio XV. Resumía el aislamiento conventual, el enfoque
teológico, el interés eclesiástico y cristiano del medioevo; la riqueza, el linaje, la herencia catedrática y
ceremonial del renacimiento; el
dogmatismo, aristotelismo y escolasticismo coloniales, agregadas aquí las teorías miasmáticas; y el autoritarismo y centralismo institucional y cultural impuestos
por los caudillos militares republicanos
e implícitos en el modelo napoleónico, y gobernada además por consejeros vitalicios,
opuestos a toda innovación y democratización.
“Era formadora
durante ocho generaciones de teólogos y
doctores en Derecho Canónigo y Civil, ergotistas insignes, comentadores y
casuistas. La teología formaba en una mezcla de profano y espiritual con
razonamientos puramente humanos, sutilezas, sofismas engañosos, cuestiones
frívolas e impertinentes, lo que se convirtió en el gusto dominante de la
teología” (Sarmiento, Domingo F. 1976).
“Los terratenientes y la oligarquía comercial prevalecían en
esta universidad, pero allí también ingresaron los hijos de la clase media triunfante”. (Tunnermann,
Carlos. 1999).
“El estudiante en la
época de la Reforma provenía de una zona
de escasos privilegios sociales. Pero las masivas
inmigraciones europeas, la universalidad de la enseñanza primaria y la
creciente popularización del bachillerato aportaron decisivo ritmo al tránsito
desde la clase obrera hacia nuevos y diversos niveles de clase media. La
reforma no ocurre en Buenos Aires, residencia de clase media en cuya
Universidad se enseñaba Derecho del Trabajo, pero sí en Córdoba donde
persistían las convenciones, los abolengos y las reminiscencias del estilo
colonial, y donde la Universidad enseñaba
“Deberes para con los Siervos”. Había muchos contrastes y eso estimuló
la reforma” (Cuneo, Dardo. 1976).
Las protestas se iniciaron
en marzo de 1916, cuando convocaron una
conferencia herética del poeta Arturo
Capdevilla sobre Los Incas, en la biblioteca de la Universidad cantando la Marsellesa, lo que alteró el ánimo
entre conservadores y liberales, pero que los estudiantes la declararon como inicio de una revolución. Dos años después, la
clausura del internado de medicina en el
Hospital de Clínicas reinició el conflicto, y en marzo de 1918, se conformó un
Comité Pro Reforma, se decretó una huelga general y se publicó un “Manifiesto a
la Juventud Argentina”.
El 11 de abril de 1918,
por la creciente conflictividad de estudiantes y obreros con protestas
en la calle, y con sentimientos de orfandad y opresión pero ideologizados,
anarquistas y marxistas, el presidente Yrigoyen intervino la universidad y designó al Dr. José Nicolás Matienzo,
rector para resolver esta situación, una
de cuyas alternativas fue la elección del rector por profesores representantes
universitarios y profesores representantes de los estudiantes. La elección que convocó el Dr. Matienzo el 15 de junio, se
describió: “Grupos amorales deseosos de captarse la buena voluntad del futuro rector exploraban los
contornos en el primer escrutinio, para inclinarse luego al bando que parecía asegurar
el triunfo, sin acordar la adhesión públicamente empeñada, el compromiso de honor
contraído por los intereses de la universidad.
Otros, los más, en nombre del sentimiento religioso y bajo la advocación
de la Compañía de Jesús, exhortaban a la traición y al pronunciamiento
subalterno. Curiosa religión que enseña a menospreciar el honor y a deprimir la
personalidad. Curiosa religión para vencidos o para esclavos” (Cuneo, Dardo.
1976).
Los estudiantes tomaron la sala de la asamblea de profesores
y desconocieron la elección del rector. Declararon al Dr. Matienzo: “La reforma
implantada por Usted ha sido defraudada por el juego de las camarillas que
resurgen en su esencia”. Redactaron un
memorial al Presidente Yrigoyen: “Estamos atravesando una época de profunda
renovación. La única autoridad que reconoce la colectividad estudiantil es la
de su superior gobierno” (Cuneo, Dardo.
1976).
Luego emitieron el
Manifiesto Liminar a los hombres libres de Sud América, excluía Norteamérica, el 21 de junio de 1918, “contra
el colonialismo cultural monástico y monárquico residual” , redactado por Deodardo Roca, “ y que no
tuviera una proyección provincial o
nacional sino continental como la revolución independentista contra el Imperio
Español, y que señalara el pasaje del mundo hacia la plenitud de la justicia,
de la belleza y con palabras en los Manifiestos
que rejuvenecieran y mostraran a los gestores de una historia nueva”, e “incitan a colaborar en la obra de
libertad que se inicia”, inspirados en escritores como los José: Ortega y Gasset, Vasconcelos,
Martí, Rodó, Ingenieros, Rubén Darío y otros.
En este
ambiente, los estudiantes no actuaron
inspirados en un análisis social ni en una transformación estructural, sino con un
“rechazo emotivo” en un contexto que chocaba contra el autoritarismo y la corrupción
de los dirigentes universitarios (Silva M, Héctor y Heins, Sonntag. 1971).
3.- La
Reforma Universitaria de Córdoba sólo fue política y jurídica, y no académica
porque ese fue el fundamento y alcance del Radicalismo.
Argentina continuaba dividida. Hipólito Yrigoyen en 1916, introdujo el Radicalismo fundado en la solidaridad,
opuesto a una sociedad dispersa,
inclusivo de grupos contrarios, un movimiento para fines comunes y generales
con un pensamiento genérico con raíces
en la “esencialidad”.
Postuló la coexistencia porque: “El partido radical puede
incluir en su seno a federalistas y
unitarios, liberales y conservadores, creyentes y no creyentes ya que es un partido de solidaridad y de
reparación nacional”. “Pretendió una
zona de derechos más allá de las discrepancias políticas, sociales y
económicas, pero construida sobre grandes contradicciones, por lo que la
convivencia ciudadana fue sólo moral”.
Apeló a valores metafísicos y éticos en torno a la participación de los excluidos: “Por
la ética formulada en el Radicalismo, es propio de su doctrina considerar que
la prosperidad y el progreso del país están perfectamente constituidos por sus
fuerzas morales; y su grandeza reside, no en los bienes materiales ni en la
organización física del poder, sino en las grandes virtudes de su pueblo, que
hay que preservar y estimular para que se traduzcan en bienes de validez
universal. Las necesarias construcciones y realizaciones materiales deben
ser un medio para defender aquellos valores, y no para corromperlos ni
anularlos” (Gabriel Del Mazo. 1955).
Esta
mística del Partido Radical lo convirtió
en una especie de religión cívica, pero también quiso ser revolucionario para alcanzar un estado de derecho
o de “reparación”. Esta “reparación” era un orden jurídico que expresara la solidaridad
absoluta, representada en EL EJERCICIO
PLENO DEL SUFRAGIO, QUE FUE LO MAS
ACCESIBLE Y PRINCIPAL EN LA PLATAFORMA DEL RADICALISMO, Y TAMBIEN LO UNICO QUE
SE LOGRO”. “Yrigoyen lo llamó FUNDAMENTO
DE LA LEGITIMIDAD DE TODOS LOS PODERES. (Roig, Andrés A), y así: “El sufragio universal es un acto magno que al alcanzarse, se verá la transcendental
diferencia que hay entre una nación (o universidad) ahogada por las presiones que la circundan y
una nación (o universidad) respirando a toda plenitud de su ser, y
difundiendo el bien común en su nuevo poder vivificante”. El Radicalismo accedió así a la legalidad
del régimen soportado en el sufragio universal. (Villegas, Abelardo. 1977).
Estas
fueron las bases ideológicas y políticas que inspiraron la Reforma Universitaria,
basadas en una “reparación”
expresada en la democratización y el sufragio universal, accesibles a la
universidad, que restablecieran la
fraternidad y la convivencia, y que por la trascendental diferencia que provocarían, la llevarían “a difundir el bien
común en su nuevo poder vivificante” primero para ella, y luego para la sociedad.
La coexistencia del Radicalismo pesó con el tiempo porque su
obligación histórica era la promoción
revolucionaria de la legalidad cabal de la nación y de las instituciones ya que al final, las contradicciones se
impusieron; incluida la universidad, a pesar que allí había fuerzas dispuestas contra el Estatuto
de la Iglesia y las órdenes religiosas persistentes desde la Colonia. Esto no prosperó por la tesis de la coexistencia y por la creencia moral
de que la sola democratización y el sufragio universal traerían las demás
transformaciones reformistas tanto en la universidad como en la sociedad, que no ocurrieron (Halperín, Tulio. 1977).
Esto se expresó claramente cuando en junio de 1918, estudiantes y obreros recorrieron
las calles de la ciudad con imágenes de santos con la cabeza hacia abajo,
lo que fue declarado por el obispo como blasfemo y “obra de mal inspirados,
verdaderos y peligrosos anarquistas acaudillados por agitadores”, y al quejarse
ante el gobierno, enviaron al Dr. José Nicolás Matienzo como rector interino
para responder a las solicitudes estudiantiles. Al plantear la posibilidad a los
estudiantes presididos por Luis F.
Barros, de un reenfoque de la Universidad
de Córdoba hacia el modelo positivista de la Universidad
de La Plata, y la elección del rector
con participación estudiantil, lo
rechazaron porque el movimiento moral y social no era exclusivo para la universidad, era también para la sociedad.
De la renovación ideológica total e imprecisa propuesta por
el Radicalismo, se lograron sólo objetivos concretos, modestos y claros,
expresados en la democratización, la universalización y respeto del sufragio.
Un ejemplo de este logro es la Reforma Universitaria de Córdoba, el movimiento más anti oligárquico argentino que “resume
la inspiración de la revolución rusa y la mexicana, que lucha por la
modificación de los estatutos universitarios para eliminar todo el poder que
tenían los profesores, conservadores y reclutados por la oligarquía,
dogmáticos, inconmovibles en sus puestos, casta divina y hereditable, obligándolos a compartir el gobierno y las
decisiones con los estudiantes, provenientes muchos de sectores sociales
modestos pero excepcionalmente populares. Por el carácter elitista de la
universidad, pidieron la extensión universitaria que la acercara al pueblo y a
sus problemas nacionales, políticos, económicos y sociales; la revisión y los concursos
de las cátedras y las cátedras libres” (Halperín, Tulio. 1977),
(Villegas, Abelardo. 1977), (Tunnermann, Carlos. 1999).
El transcurso
de la Reforma
La autonomía conquistada, que Napoleón suprimió en 1806, fue una soberanía que descansaba en el Claustro, que
convirtió a la universidad en “un
estado dentro del estado” y por
analogía, en una “república
universitaria” de “ciudadanos universitarios” con profesores, estudiantes y
egresados, con una forma de gobierno
representativo, temporal y responsable. La primera elección universitaria con
participación de profesores, estudiantes y egresados fue la del Dr. Alejandro
Korn de la Facultad de Filosofía y Artes de la Universidad de Buenos Aires. Pero la democratización que acompañaba al
sufragio, era más que esto: lo era del
conocimiento, de los progresos sociales, los ascensos de la época y los ritmos
de transformación, lo que no se alcanzó.
La
reforma política
La reforma universitaria era
parte de una reforma social, en la que la universidad además de formar
intelectualmente al estudiante, debía motivarlo para que fuera también un agente
dinámico de transformación de la
sociedad. Para esta finalidad social y su protección, la universidad debía ser
autónoma. (Mayz V, Ernesto. 1984).
La autonomía latinoamericana fue distinta de la libertad medieval para enseñar y otorgar los grados y de la alemana para
pensar intelectualmente, porque la
universidad empezó a ser
el único sitio para ejercer libremente las opiniones que no podían
expresarse en otro lugar, asilo para las ideas y para los grupos, ya que
el recinto también protege contra las
andanadas policiales y militares.
“La universidad fue
entonces una tribuna de reemplazo, una
fuerza de recambio para aquellos a quienes las presiones les impiden
pronunciarse en otro lugar”. Por ello, la Reforma no agotó su eficacia
en la universidad y politizó al
estudiantado, cuya gravitación dependió de la ausencia de movimientos
populares en los países, y de la defensa
de los desfavorecidos. Se convirtió en
una escuela política para formar
líderes revolucionarios y reformistas, y al aparecer como el instrumento de estos
grupos y la autonomía como su mejor arma,
justificó las intervenciones del poder contra la autonomía, que en ocasiones terminaron en tragedias como la matanza de estudiantes de medicina en la Cuba del dictador Gerardo Machado en 1928, de Tlatelolco en México en 1968, en el golpe
de Pinochet en 1973, sin descontar intervenciones y clausuras autoritarias de universidades con prisión y
exilio (Halperín, Tulio.1977).
Desde
1918, el movimiento estudiantil fue la única forma y medio de expresarse, pero tuvo
ambigüedades. Se les reconoce
su valor pero al carecer de fuerza y movilización, su
actividad y agitación no comprometió a
grupos de izquierda, socialcristianos ni nacionalistas para
la lucha y derrocamiento de dictaduras militares ni para motorizar revoluciones. (Halperin, Tulio.
1977).
No se incrustaron
permanente y eficazmente en el juego político de América Latina porque un
elemento más tradicional, el ejército
empezó a gravitar por la existencia de tensiones crecientes que le
devolvieron un papel decisivo de árbitro
(Huteau, Jean. 1969).
El movimiento
estudiantil es contradictorio porque una minoría de su dirigencia obtiene
privilegios que dicen combatirlos, lo
que genera su aislamiento y al final, su condición es sólo un canal para acceder a grupos de poder.
Provienen de clases sociales distintas e ingresos variados pero
inclinados al conservatismo. Los pobres
dejan tendencias radicales y muchos
revolucionarios abandonan ideales al salir de la universidad porque esta
es una actividad temporal, y el grado es
sólo para el ascenso social. CEPAL señala la larga lista de dirigentes
universitarios estudiantiles, que al llegar al poder como presidentes,
ministros y gobernadores reprimen las manifestaciones, y afirman que no es un
problema de orden ético personal sino de defensa de la institucionalidad
nacional (CEPAL. 1968), que antes en la oposición, no apreciaban así.
No se ocuparon de la calidad de la universidad y su participación en el gobierno universitario tendió a reivindicar la corporación estudiantil, toleraron el
modelo napoleónico y al no compartir con la ciencia y tecnología, se pusieron en un
déficit frente al mundo. No lograron una
transformación ni una alianza entre el humanismo, la teoría y la
experimentación, la práctica, aun cuando “La universidad se ha favorecido por
períodos interrumpidos con la intervención estudiantil, la autonomía y la
docencia libre pero ello resulta instrumentación de alcances precarios y provisorios”.
”Desde temprano, se desmintieron los poderes de la
universidad, ya que el mismo Deodardo Roca que en el 18 anunciaba la revolución
desde arriba, es decir desde sus claustros hacia la sociedad, sostendría dos
años después, que sin sociedad previamente transformada no habría nueva
Universidad (Cuneo, Dardo, 1976).
De todos modos, el redactor del Manifiesto de Córdoba planteó: “Comencemos por prohibir el derecho
a prohibir… La juventud vive siempre en trance de heroísmo… El derecho divino
del profesor se crea por sí mismo”. Estas lecturas aparecieron en las paredes de la Sorbona y en el Mayo Francés en 1968, 50 años después, con efectos en todas las
universidades del mundo. En Francia, además por la esclerosis de la educación
universitaria, se promulgó la Ley de Orientación de la Enseñanza Superior en la que se consagró la autonomía no sólo
para la autogestión sino para la eliminación del centralismo y de la
uniformidad, y para diversificar las distintas universidades del país
(Cárdenas, Antonio L. 2004), es decir, una Ley Marco de Universidades con
lineamientos políticos y estratégicos, que faculte su funcionamiento en Estatutos Internos, como
se plantea en Mérida.
A
manera de apreciación final
Más que la
transformación de la universidad, la Reforma
Universitaria de Córdoba fue una
proclama para la liberación de los países desde una institución
autónoma, democrática y representativa, con nuevos ideales y hombres que
llevaran a cabo una gesta emancipadora,
equivalente y para completar la
revolución independentista de un siglo atrás. La universidad
se responsabilizaría de las nuevas expectativas
y del reordenamiento social. “Pero el
problema planteado fue que nunca se dijo ni se discutió, cuál sería la naturaleza interna de esa
universidad para enfocar su creación
científica y cultural a tal fin, cuáles serían las disciplinas de los planes de estudio relacionadas con las
realidades sociales de los países, cómo deberían responder sus cátedras,
laboratorios y bibliotecas, y cómo sería por dentro esa universidad para
liberar al pueblo”. Esto no se respondió durante diez años, lapso en el que esta
prédica se extendió promisoriamente por
América Latina y España, “en su esencia que duró hasta la desaparición
de la primera generación reformista”, que Silva Michelena y Sonntag la calcularon en quince años.
La
reforma jurídica y no académica
Los criterios
jurídicos de la universidad cambiaron
definitivamente. Se formularon la autonomía como soberanía, claustro, elección
de autoridades, cogobierno, personalidad jurídica y patrimonios propios,
reconocimiento de los grados, pero no cambiaron
los criterios de la enseñanza, de la ciencia
y tecnología ni de los compromisos con el pueblo. Esto permitió la
supervivencia de la vieja universidad de aulas, cátedras, profesores,
lecciones, estudiantes, apuntes y memorización,
que persisten todavía, es decir, los modelos colonial y napoleónico, ahora el
cordobés, a los que se agregó luego el
modelo científico norteamericano, lo que no ha permitido con claridad la
definición de una universidad latinoamericana, según algunos autores; o por el
contrario, la caracteriza esta superposición, según otros.
Esta reforma universitaria se inscribió como un hecho social en América Latina porque
sus impulsos coincidieron con otro requerimiento de la sociedad: la apertura
de aulas a los estudiantes de procedencia popular. Vista así, “más que un
proceso de transformación social lo fue de promoción y prestigio social”.
Al final, “la Reforma
Universitaria de Córdoba quedó como un
capítulo más en las luchas latinoamericanas de emancipación”.
La
reforma debe seguir
1.- La autonomía como
soberanía de la universidad, protectora
de las ideas contra factores externos, debe ampliarse con un concepto de
“autonomía autopoiética” para protegerla de factores internos, y para ello, a.- crear una fuerza moral que facilite la auto regeneración y la
adaptación de la axiología de la
universidad a los cambiantes entornos científicos, tecnológicos, sociales y
ambientales, a los que se dan sólo respuestas retardadas y parciales; b.- estimular una capacidad ética para condenar el uso del
presupuesto en empresas quebradas y
abandonadas, los fraudes y favoritismos
en exámenes de promoción de pregrado y postgrado, ascensos, concursos, y la conformación de grupos clientelares; y
c.- crear instancias para la defensa del universitario de arbitrariedades e
ilegalidades cometidas, y además
juzgadas por los mismos funcionarios u
organismos que las deciden.
2.- La autonomía universitaria propició por analogía, una “república
universitaria” conformada por
“ciudadanos universitarios”: profesores, estudiantes y egresados que
conforman el Claustro, donde reside su soberanía plena y de donde emerge la
elección de sus autoridades, consagrada en la actual Ley de Universidades, y ratificada en el artículo 109 de la Constitución de la República. Hay una
tendencia a la inclusión del personal técnico, administrativo y obrero en el
Claustro Universitario, lo que pudiera ser apreciado como una ampliación de la
democracia universitaria, pero cuya modalidad, forma y cuantía de participación
debe ser decidida soberanamente por el Claustro Universitario de profesores,
estudiantes y egresados, y no por imposiciones anti autonómicas.
3.- Las medidas anti
autonómicas de los gobiernos contra las universidades giran principalmente en torno a su
financiamiento. Las universidades para proteger su autonomía, deben prever alternativas de financiamiento distintas a las
provenientes directamente del Fisco Nacional. En especial, debe analizarse la
situación de la grave proyección de la nómina pasiva de las universidades que
sobrepasan el sesenta por ciento del presupuesto ordinario.
4.- Los actores centrales de la Reforma Universitaria de
Córdoba fueron los estudiantes. Vale la pena insinuarles la posibilidad de una
reflexión sobre su rol en la universidad
del futuro, en la era del conocimiento y
no del entrenamiento, competida por instituciones no universitarias que han
logrado subsumir programas de
investigación, y de las TIC´S que plantean la desaparición y aparición de
profesiones y el predominio exclusivo del “virtualismo” en la educación sin la formación permanente, ética y de valores que la robótica no requerirá; además la rendición pública de
cuentas y la acreditación externa de la universidad para protección y seguridad
de la sociedad.
BIBLIOGRAFIA
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