La mayoría
de los padres o cuidadores se vuelcan al cuidado de sus hijos, acudiendo a las
visitas pediátricas rudimentarias y ocupándose de su cuidado diario, pero a
menudo descuidan de su propia salud mental. Hablar de salud mental es difícil, pues continúa siendo un tema
tabú, todavía más cuando lo abordamos en el contexto de la crianza. La realidad
es que millones de niños, niñas y adolescentes viven con padres con problemas
mentales y abuso de sustancias, que no son diagnosticados o tratados
adecuadamente. De hecho, el 68% de las mujeres y el 57% de los
hombres con enfermedades mentales y
abuso de sustancias son padres.
Es
preocupante que en América Latina y el Caribe se evidencian profundas brechas en la prevención y el acceso a tratamientos de trastornos mentales
y abuso de sustancias. El 73,5% de los adultos con trastornos
moderados o graves y el 82,2% de los niños y adolescentes
enfrentan estas brechas. La pregunta es, ¿cómo influye la salud mental de los
padres sobre el desarrollo de sus hijos?
Problemas
mentales hereditarios
Numerosas
investigaciones han demostrado que el estado de salud de los padres es un factor determinante en el desarrollo y la salud de sus
hijos. Los hijos de padres con enfermedades
mentales y con abuso de sustancias tienen
mayor riesgo de padecer estas enfermedades a lo largo de sus vidas. Por medio
de la transmisión neuro-biológica, cognitiva y de habilidades socioemocionales
de generación en generación, los problemas mentales y las conductas de abuso de
sustancias pueden replicarse en lo que se conoce como Salud
Mental Transgeneracional (SMT). La manifestación de trastornos mentales a través de las generaciones se debe a la predisposición genética,
a las características propias del individuo y a la relación que establece con
su entorno.
La SMT
ayuda a explicar cómo los problemas mentales, el abuso de sustancias y las
experiencias traumáticas han afectado en las formas en que los miembros de la
familia comprenden y expresan las emociones, establecen relaciones
interpersonales, educan y trasmiten habilidades y conductas. Estos
comportamientos y actitudes disfuncionales continúan por generaciones,
convirtiéndose en una forma “normal” de criar y cuidar a los hijos.
Impacto
sobre la crianza y las interacciones padre-hijo
Cuando los
padres sufren trastornos mentales, el resultado puede ser un débil vínculo afectivo entre
los padres y sus hijos y un entorno inestable y poco estimulante, que impacta fuertemente a la maduración cerebral y al desarrollo de la
personalidad de los pequeños. Esto se debe a que padecer un trastorno mental
reduce la empatía, la sensibilidad emocional y la capacidad para percibir
señales del niño, interpretarlas correctamente y responder con prontitud y de manera
apropiada. Por otro lado, el contacto visual,
el lenguaje verbal, las expresiones amorosas como caricias y sonrisas, y los juegos interactivos que estimulan y refuerzan la interacción también se ven reducidos.
Estas carencias y la percepción de un entorno inseguro exponen al pequeño
al desarrollo de problemas conductuales,
emocionales y sociales a
corto y a largo plazo.
En
consecuencia, la probabilidad de que un hijo desarrolle una enfermedad mental
y/o abuse de sustancias a lo largo de su vida, teniendo padres con alguna
afectación mental, es más de cuatro veces superior a la de los niños con padres
sin problemas mentales. Estudios han revelado que alrededor del 61% de los hijos de padres con
depresión mayor desarrollan
una enfermedad mental a lo largo de su infancia y adolescencia. Además,
investigaciones demuestran que la mayoría de los trastornos mentales en la edad
adulta se manifiestan en la infancia o en la
adolescencia, antes de los 14 años. Esto resalta
la importancia de comprender la magnitud, los factores de riesgo y la progresión
de los trastornos mentales a edad temprana.
“Cuidarnos
para cuidarlos mejor”
Las enfermedades mentales de los padres representan un claro riesgo para los niños y niñas. Los padres
deben reconocer la importancia de su bienestar mental. La crianza va más allá
de los requisitos para satisfacer las necesidades básicas de los niños. Los
padres tienen una influencia significativa en el desarrollo de su personalidad,
sensibilidad emocional y en la adquisición de hábitos y comportamientos
saludables.
La
aceptación de que uno puede enfermarse durante la crianza es muy importante.
Solicitar ayuda es indispensable, pero en muchas ocasiones no se procede por
miedo a la hospitalización, por estigma o por el riesgo de perder la custodia.
El autocuidado de los padres debe ser el primer requisito para la crianza y para el cuidado a
los demás. Además, demostrando el autocuidado se enseña a los hijos la
importancia de preocuparse por el bienestar propio y el de los demás.
Desde las
instituciones sanitarias y educativas hay que promover el autocuidado y la
prevención de enfermedad y conductas de riesgo, así como el desarrollo de
programas de tratamiento que se ajusten a la crianza de los niños. Según
la Organización Panamericana de la Salud
(OPS/OMS), se necesita de una fuerte inversión
en la mayoría de los países de América Latina y el Caribe para fortalecer la
red de servicios de salud mental y ampliar su cobertura, así como para
fortalecer las competencias de los profesionales mediante capacitación
especializada. Conviene en este caso pensar en el viejo dicho de que para
lograr cambios positivos “hay que empezar en casa”.
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a @BIDgente en Twitter.
Elisabet Arribas-Ibar es
Doctora en salud pública y salud mental y consultora para la Organización
Mundial de la Salud, Programa COPOLAD y el Banco Interamericano de Desarrollo.
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