- Esta Universidad podrida no es que necesite reformas. Es que es el resultado de unas reformas contra las que los estudiantes y (algunos) profesores se opusieron
- Las Universidades privadas, además, ya han acusado a la Universidad estatal de competencia desleal, por impartir enseñanzas de máster demasiado baratas (3000 o 4000 euros al año
Hay algo que me tiene estupefacto en las tertulias de estos días sobre la Universidad Rey Juan Carlos y los másteres del Instituto Universitario de Derecho público (IDP). Hay algunos tertulianos que, con el tono de estar ya perdiendo la paciencia, explican que lo ocurrido con los másteres del IDP demuestra que la Universidad necesita de reformas a fondo. Incluso he llegado a escuchar varias veces que hay que poner a la Universidad en condiciones de poder afrontar los “nuevos retos y desafíos” que le plantea la sociedad. Yo no salgo de mi asombro. Es la misma mierda con la que, precisamente, se implantaron las reformas universitarias que nos han llevado a esta situación. Durante los doce años de lucha contra las reformas de Bolonia, la propaganda del gobierno y del círculo de empresarios no paró de repetir que había que “poner la Universidad al servicio de la sociedad” para que fuera capaz de afrontar los “nuevos retos y desafíos”. Y han sido, precisamente, estas reformas (absolutamente exitosas, porque el movimiento anti-Bolonia fue derrotado) las que abrieron la posibilidad de institucionalizar este tipo de pocilgas que ahora tanto nos escandalizan.
En el año 2000, ante la amenaza ya del Informe Bricall, las Universidades públicas empezaron a prepararse para competir con la privadas. Se invirtió en toneladas de propaganda para imponer la idea de que había que flexibilizar las rígidas instituciones de la Universidad estatal, acabar con la autoridad de las cátedras y los departamentos, y sustituirlos por los fugaces y dinámicos “grupos de investigación” que actualmente son la norma de nuestra vida universitaria. Periódicamente, nos visitaban tecnócratas gubernamentales y empresariales que consideraban ideal, por ejemplo, que los profesores y las autoridades académicas pudieran negociar de tú a tú, su sueldo, su dedicación y sus programas. Se habló de una verdadera “revolución educativa”, centrada en el aprendizaje de “competencias” y no de contenidos porque (se nos llegó a decir repetidamente, “al fin y al cabo, los contenidos ¡ya están todos en Internet!”). Se repitió hasta la saciedad que los profesores y las clases eran ya lo de menos, porque podían ser sustituidos por un catálogo de power points interactivos que permitirían a los alumnos “comenzar el curso con un mando a distancia entre las manos” (no es broma, se llegó a dedicar varios telediarios a hacer propaganda de una empresa llamada Educlick, que prometía encargarse de confeccionar este material). Mientras tanto, se inició la verdadera reconversión económica de los estudios superiores: reducir al máximo la parte de las carreras con precios relativamente públicos (los grados) y hacer gravitar los curricula en torno a los másteres de precios desorbitados.
Como propaganda de todo este proceso, en 2004, se llegó a utilizar un power point (Valcárcel, “La preparación del profesorado para el EEES”, ahora desaparecido de las redes, me parece) que presentaba una “utopía posible: la ilusión por el aprendizaje”, que se me antoja que el IDP de la UJRC logró realizar con mucho éxito. Se trataba de lograr construir una nueva universidad, en la que una alumna (!) pudiera resumir su vida académica con las siguientes palabras: “La gente de la universidad parece feliz, como si lo hicieran todo por puro placer. La relación entre alumnos y profesores es de lo más cordial, casi de colegueo. No hay notas, ni exámenes, la gente está aquí porque disfruta con ello. En el edificio hay un salón con una pequeña cocina donde, de vez en cuando, hacen reuniones informales alumnos, profesores y a veces artistas. He solicitado una plaza para dos cursos intensivos de una semana cada uno, estoy ansiosa por empezarlos. Son de 9 a 4 de la tarde. Aunque no asistas a los cursos puedes utilizar los talleres y hay muy buen ambiente.” Esta era la “utopía”. Algunos tomaron nota y se pusieron a ello, creando pocilgas académicas como la del IDP, valiéndose para ello de la tan anhelada “autonomía económica” que también incluía la propaganda del Plan Bolonia (al IDP se le permitió, incluso, dotarse de un CIF propio), autonomía que incluía, por supuesto, unas tasas de matriculación prohibitivas para el populacho.
No. Esta Universidad podrida no es que necesite reformas. Es que es el resultado de unas reformas contra las que los estudiantes y (algunos) profesores se opusieron durante doce años en una lucha desigual. El movimiento estudiantil no paró de explicar que “Bolonia no existía”, que no era más que una tapadera para una reconversión neoliberal de la Universidad estatal. Desde el año 2000, en las Juntas, los Claustros y las calles no cesó de lucharse, sobre todo -mira tú por dónde-, contra la figura del “máster”, que se consideraba una avanzadilla de la Universidad privada que penetraba cada más en la Universidad estatal. Actualmente, ya nadie piensa que puede tener un curriculum universitario que se precie si no figuran ahí algunos másteres de prestigio. Las Universidades privadas, además, ya han acusado a la Universidad estatal de competencia desleal, por impartir enseñanzas de máster demasiado baratas (3000 o 4000 euros al año).
El sentido de todo esto que está ocurriendo en la Universidad desde hace dos décadas no es difícil de diagnosticar. Los estudios superiores habían dejado de ser patrimonio de una élite y, cada vez más, las clases populares tenían acceso a la Universidad. Eso costaba mucho dinero. Y desde 1998, empezó a concebirse que ese dinero podía ser mejor utilizado que en dar estudios a los trabajadores. Si se condicionaba la financiación pública a la previa obtención de fuentes de financiación privadas (sustituyendo los departamentos y las cátedras por grupos de investigación compitiendo por obtener recursos), las grandes empresas podrían utilizar la Universidad estatal como un cajero automático para aspirar dinero público. Pongamos que la casa Bayer está interesada en invertir diez euros en investigar tintes para teñir de rubio los anos oscuros (según las modas pornográficas). No es una investigación que tenga la dignidad de una posible vacuna contra la malaria. Pero si la casa Bayer financia con 10 euros un grupo de investigación, el Estado estará gustoso de aportar 100 euros y diez becarios, diez jóvenes que, en realidad, estarán trabajando para la casa Bayer, pagados con el dinero de los impuestos, es decir, de otros trabajadores. De este modo, se marcan las prioridades de la investigación universitaria y las empresas obtienen dinero público para sus propios fines privados. El caso de lo que ocurrió con la viagra femenina en EEUU ilustra muy bien esta lógica perversa. Ya hemos hablado bastante de eso en nuestro libro Escuela o Barbarie.
Mientras tanto, las clases populares vuelven a tener difícil el acceso a la Universidad. Aún logrando unos estudios de Grado (aunque el precio de matrícula, en España, se ha multiplicado por cuatro), es difícil ingresar en el mundo del máster. De este modo, las élites sociales, hasta entonces refugiadas en las Universidades privadas, se han apropiado también de la Universidad pública. La propaganda de Bolonia, en este punto, tampoco disimuló nada. Se habló sin parar de que la población, en general, estabasobrecualificada. Se consideró absurdo que el dinero público sirviera, en efecto, para fabricar doctores que luego trabajaran en la hostelería o de repartidores de Amazon. Luego, por supuesto, la podrida lógica privada, ahora financiada con dinero público, construye los chiringuitos a su medida. Una vez que has pagado unos estudios superiores, lo de estudiar es lo de menos. Hay que dar facilidades a las personas importantes que pagan su máster, para eso lo han pagado. Y como estaba previsto en la propaganda de Bolonia, los contenidos no son importantes, puesto que ya están en Internet y no hay más que descargarlos. Esto no es plagio, es lo que estaba previsto.
En todo esto, hay algo mucho más grave que el caso de unos cuantos políticos que han tenido que dimitir. Se ha robado la Universidad a las clases trabajadoras. Y se ha robado a la humanidad una de sus más bellas conquistas: el derecho universal a estudiar. Era lo único que, durante mucho tiempo, tuvieron los pobres, el sueño de tener hijos o hijas universitarios. Para la que se ha llamado la “generación mejor formada de la historia”, las cosas serán muy distintas, porque sus hijos no podrán estudiar en la Universidad. Eso, si tienen hijos, claro, porque la cosa tampoco está para lujos.
Por Carlos Fernández Liria Última actualización viernes, 14 de septiembre de 2018
Foto: Entrada a un campus de la Universidad Rey Juan Carlos. / EFE
Foto: Entrada a un campus de la Universidad Rey Juan Carlos. / EFE
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