El horizonte de un mundo con más burócratas guiados por las matemáticas, menos intelectuales y un conocimiento mucho más parcial y débil amenaza profundamente a la enseñanza y a la sociedad
“La muerte del intelectual y el auge del burócrata ilustrado”. Con esta definición titulaba Andrés Villena Oliver, docente en la Universidad de Málaga, un reciente artículo en el que señalaba algunos de los males universitarios que suelen dejarse de lado cuando se habla de las disfunciones educativas, pero que tienen serias consecuencias en la formación que reciben los alumnos, en las condiciones de trabajo del personal docente y en el impacto que tienen sus investigaciones en la sociedad. Villena apuntaba que los medios que se emplean en la universidad para conseguir mejorar la docencia estaban produciendo justo los resultados contrarios. Señalaba además que a ese “evidente recalentamiento que ha llevado a que los profesores tengan cada vez más clases y a más alumnos”, se le ha sumado “un nuevo castigo: los profesores e investigadores se ven sometidos a una evaluación cuantitativa constante que se concentra en la exigencia de una continua producción de artículos de alto impacto”.
Evaluar a los docentes por la calidad de su producción científica no es, a priori, una mala idea, porque les obliga a estar al tanto de las novedades de su campo, a profundizar en sus investigaciones y, como resultado, a ofrecer a los alumnos una enseñanza de mayor calidad. El problema no está en la intención, sino en los instrumentos que la acompañan.
Las revistas de gran impacto te piden un modelo matemático que garantice la credibilidad de lo que estás diciendo, y si no lo tienes, te reducen al nivel de un tertuliano
En primera instancia, porque ”la publicación de estos artículos ocupa el lugar central y todo lo demás se subordina a esta actividad capital. La docencia y las clases han de llegar a un mínimo para permanecer en la institución, pero dicha permanencia y la promoción se aseguran fundamentalmente gracias a la publicación en los journals más importantes”. Una tendencia, que, avisa Carlos Jesús Fernández Rodríguez, profesor de sociología en la Universidad Autónoma de Madrid, “se suma a una dinámica de intensificación del trabajo académico que es muy fuerte en los países anglosajones y que cada vez se extiende más al resto de comunidades científicas. No se trata solamente de dar clase, sino de investigar, solicitar fondos, ir a congresos, escribir, evaluar, publicar... Por supuesto, esta tendencia a la sobrecarga varía mucho entre centros y disciplinas de conocimiento, y los individuos concretos”.
La realidad son los números
En segunda, porque las revistas más valoradas siguen métodos especiales de selección de artículos, muy ligados a la hiperespecialización (proliferan los textos estilo “Intención de voto de las mujeres emigrantes en los pueblos de la costa de Málaga”) y al empleo de modelos metodológicos vinculados a las matemáticas, también en ciencias sociales. Esta tendencia, que Villena califica de “cuantofrénica”, se sustancia en que “las revistas de gran impacto sociológico te piden un modelo matemático que garantice la credibilidad de lo que estás diciendo, y si no lo tienes, te reducen al nivel de un tertuliano. Y quizá el artículo no tenga alcance real pero si la metodología cuantitativa que utilizas les parece innovadora, también te lo publican”. En otras palabras, reducen la realidad a modelos matemáticos, que son los que estiman que tienen validez, como si los hechos sociales sólo fueran reales si están refrendados única y exclusivamente por los números. Se acaban confundiendo así los medios con los fines, subraya Villena.
Cada vez sabemos más sobre más lugares y más cosas, pero contamos con menos análisis generales. Tenemos un déficit de teoría claro
Para Joan Subirats, catedrático en Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Barcelona, y coautor de España/Reset “esta obligación de modelizar para alcanzar el nivel matemático requerido, acaba reduciendo la complejidad para lograr que encaje en esas variables. En el ámbito de la economía es muy evidente, incluso hay un manifiesto, el de Manchester, en contra de este sistema”. Esta visión simplista, anclada en la sofisticación metodológica, encaja bien en esa tendencia a la especialización que lleva al estudio exhaustivo de pequeños entornos, muchos más fáciles de analizar y sobre todo de cuantificar. Y también más provechoso a la hora de encontrar financiación, apunta Fernando Vallespín, catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y ex director del CIS. Este modo de funcionamiento provoca que “cada vez sepamos más sobre más lugares, y que contemos con menos análisis generales. El problema hoy es que nos falta un diagnóstico sobre el tipo de sociedad en la que estamos y sobre cómo ha evolucionado la política en los últimos 20 años. Tenemos un déficit de teoría claro, que va en contra de la necesidad que tenemos de ofrecer un diagnóstico. Por eso hay tanto think tankque te explica cuál es la composición étnica de Ucrania y ninguno que te cuente cuál es el peligro real que existe en ese país respecto de la intervención rusa”.
Ganadores y perdedores
Esta pérdida de conocimiento tiene algunos ganadores, como los propiosjournals y las universidades con más nombre, y muchos perdedores, como son los centros universitarios con menos recursos y la sociedad misma, que raramente puede encontrar provecho a estudios tan concretos y tan rígidos. En el pasado, las grandes figuras académicas de las ciencias sociales escribían libros que les consagraban en su terreno y que además introducían nuevas ideas en el mundo social. Hoy no es así, ya que, asegura Carlos Fernández, se ha establecido un mercado dual de publicaciones: “por un lado, tenemos los libros con pretensiones de estimular el debate intelectual y/o la divulgación; por otro, los artículos de revistas con índice de impacto, accesibles en la mayoría de los casos sólo a la élite de la comunidad científica (tu universidad tiene que estar suscrita a las revistas, que son muy caras; en España, esto no es así siempre por falta de fondos y una universidad española tiene por lo general menos acceso a las revistas de elevado índice de impacto que una norteamericana). El público culto lee los libros y los académicos, las revistas de su especialidad. Las grandes figuras antes escribían monografías, pero hoy en día, en el campo académico, las figuras con verdadero peso simbólico son las que publicanpapers: un libro de difusión vale, en una evaluación de la ANECA (la agencia de evaluación española), 0 puntos. La tendencia parece imparable, aunque en campos como la sociología los espacios son más porosos que en el management (y no digamos la economía o la psicología)”.
La gente tiende a centrarse sólo en los aspectos de su trabajo o de su rendimiento que son evaluados, y deja de lado los demás
La consecuencia de todo este proceso para el ámbito docente ya la había advertido el profesor Michael Espeland al señalar que el efecto más frecuente es que “la gente tienda a centrarse sólo en los aspectos de su trabajo o de su rendimiento que son evaluados, y deje de lado los demás”, y que eso es lo que solía ocurrir en la enseñanza, ya que, en un contexto de notable carga de trabajo, los docentes se ocupaban sólo de aquellas tareas que les iban a ser útiles profesionalmente, como la investigación, ignorando otras que podían ser importantes para los alumnos.
Privilegiando lo práctico (para uno mismo)
Eso está ocurriendo en la universidad española, ya que si los profesores tienen que optar entre dedicar algo de su escaso tiempo a realizar alguna actividad adicional o a prepararse mejor las clases en lugar de a aquello que les puede asegurar su permanencia en el puesto, suelen privilegiar lo que les es más práctico. Especialmente tras los recortes, asegura Villena Oliver, que han provocado que las plantillas docentes mengüen de forma muy notoria.
“Sólo se han cubierto en los últimos años el 10% de los puestos que quedaban vacantes porque el titular se jubilaba o se marchaba. Ahora ya se cubre el 50%, pero la destrucción sigue adelante, lo cual supone más horas para los profesores que quedan”. La calidad de la enseñanza no sólo se ve afectada por la sobrecarga y por la necesidad de dar resultados, sino porque también se contrata, como solución, “a sustitutos interinos que no tienen tiempo para prepararse las clases”.
El problema no es la universidad, sino la pérdida de conocimiento sobre la sociedad al que nos conduce esta tendencia cuantofrénica
Pero este sistema de calificación, utilizado en un contexto de pocos recursos y gran presión, y que revela notables deficiencias, es muy útil para esa nueva burocracia ilustrada a la que se refería Villena en su artículo. Como señala Subirats, se trata de algo muy cómodo para los evaluadores, porque ya no tienen que leerse los artículos para saber si son o no valiosos. "A las comisiones de evaluación de la calidad científica les ha facilitado mucho la vida este sistema, porque basta con saber dónde ha sido publicado el artículo para darle una calificación. Lo peculiar en este sistema es que son los fondos públicos los que pagan para que se haga la investigación, y también para medirla, ya que hablamos de empresas privadas. Incluso algunos journals cobran ya por publicar, con lo cual…”. El asunto de fondo, señala Villena, no tiene sólo que ver con el estado de la universidad, sino con la pérdida de conocimiento en la sociedad al que nos lleva esta cuantofrenia en la que están metidas las instituciones académicas, y a la consiguiente muerte del pensador aplastado por las estadísticas.
08.04.2015 – 05:00 H.
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