“En la historia de la
modernidad, la representación política socialista ha corrido paralela con la
liberal y la constitucional, y ha terminado fracasando de una manera
parecida” M. Hardt y A. Negri
Punto de
partida
Un frenesí de acontecimientos ocurre, cambia el paisaje a
cada instante, corre el acontecer diversificando sus caminos, surgen nuevos
actores, las imágenes se multiplican pese al control político de los medios. No
hay manera de detener la avidez ni la saciedad de las redes sociales, produciéndose
una ansiedad generalizada mitigada en la conversación inmediata en cada lugar,
situación ésta que, paradójicamente, también la exacerba.
El tema que escogimos, de indagar porqué hemos llegado
hasta el presente, es un espacio de más sosiego y, utilizando la metáfora
cuestionada de Hegel sobre el Buho de Minerva, pareciera que encontramos acá
ideas más sedimentadas, registros más confiables, mediciones y cálculos, y quizás
más coincidencia en sus interpretaciones.
Lo anterior tiene relevancia no sólo para indicarnos el
caminó que siguió la realidad de Venezuela para desembocar en la situación
actual, además, nos sirve para explicar qué tramas del modelo de sociedad que
éramos hace unas décadas se tejen y estructuran aún, hoy, bajo discursos
distintos. Sin ánimo de reducir la explicación a uno de sus aspectos, diríamos
que es el modelo económico el que –por su agotamiento- provocó la emergencia de
las condiciones sociopolíticas que hicieron posible replantear el modelo de
sociedad existente a finales del siglo XX y que, paradójicamente, hoy obligan,
nuevamente, a cuestionar con mayor urgencia, los caminos seguidos en las dos décadas del novísimo
siglo XXI marcadas con las huellas vivas del pasado que siguen animando y
palpitando en los hechos de hoy[1].
A la crisis del modelo rentista, acentuada durante las
dos últimas décadas del XX por la caída de los precios del petróleo y por el
peso de la deuda externa, se agrega la deslegitimación del sistema político
dominante. Y, a la crisis de ese sistema político, bipartidista, que se instauró
el 23 de Enero del 1958, se suma el desbordamiento de la corrupción. Ya la
desigualdad en la distribución de la renta no es atribuible sólo a la obscena transferencia
de riqueza desde el Estado al sector privado, por diversas vías sino, también a
la erosiva y ostensible corrupción que se volvía quemante y éticamente
repugnante por la situación de crisis de las finanzas nacionales y la situación
de pobreza a donde era arrinconada a la población. El que la corrupción se
hubiese incorporado como elemento constituyente al sistema político dominante trajo
un rostro perverso que fue estóicamente soportado; incluso fue reconocido como
“mal necesario”, pero luego pasó a ser repudiado por la insoportable situación
de marginación creciente y hambre en la población más vulnerable. Con ésto había
dado comienzo el quiebre simbólico del modelo rentista que sirvió de sustento
al sistema político inaugurado en 1958, ahora agravado por la obscenidad de la corrupción,
e incrementado por el abandono obligado a las expectativas socioeconómicas que
la democracia política y los ingresos petroleros durante las décadas del 60 y
el 70 habían alimentado en la población.
La Venezuela de las oportunidades y de la abundancia comenzó a transformarse en
una tierra de frustración y desesperanza, teniendo su expresión inorgánica más
fuerte en Febrero de 1989, con el caracazo.
El sistema político se
hundía, se producía una crisis de representación, una crisis ética, había
rupturas de la unidad interna de los agentes políticos -los partidos- también divisiones
y emergencia de factores nuevos. Sin olvidar el contexto continental donde los
factores y movimientos críticos traían en la espalda una ola de derrotas,
comenzada por el 1973 de Chile, seguida por el triunfo de Violeta de Chamorro
en Nicaragua (1.990), un revés para el movimiento sandinista. Señal particular
merece la experiencia de los pueblos indígenas mexicanos de Chiapas que desde
1983 habían acumulado prácticas y reflexiones muy importantes pero habían cerrando
el círculo de sus proyectos al límite de los territorios de la etnicidad que
los reunía, lo que abortó un proceso de revisión del sistema político y
cultural en México.
El contexto que describimos nos pone frente al “escenario inicial” de la emergencia de un proceso nutrido desde las entrañas de la
descomposición sociopolítica del modelo político el nacido en 1958, acompañado
por la crisis económica y con la inocultable ausencia de movimientos emancipatorios
reales con beligerancia e importancia en el escenario político-social
venezolano para ese momento. Reconocido este escenario de finales de los años
90 y aceptándolo como condicionante de los acontecimientos de cambio que allí
dieron entrada al proceso que hoy vivimos, tratemos, entonces, de ir hilvanando
respuestas a porqué hemos llegado a la situación actual.
Conformación
del bloque político-burocrático emergente.
No es inocuo decir, que la dirección política y de
gestión pública que comienza con Chávez fue reclutada en un universo con poca experiencia
administrativa. De allí proviene una inexperticia y una traba en el
funcionamiento del gobierno en las primeras fases. El incentivo principal y la
direccionalidad imprimida a la gestión de gobierno se vio visto empujada por un
“ideologismo” que condujo improvisar en la economía y en el tratamiento de procesos sociales,
culturales, complejos etc., esperando, aleatoriamente, obtener los logros anotados
en los manuales disponibles, vacíos de buen sentido y de claridad en la
conducción de esa diversidad de procesos. Segundo. La condición alarmante en la
dirección de gobierno cuya conformación tuvo un altísimo componente aluvional
política, social e ideológicamente, esto no condujo a la conformación de una
élite, de un cuerpo de dirección, con experiencia política, méritos de
desempeño y uniformidad de criterios para guiar acertadamente un momento del
proceso. No, los requisitos de participación fueron la lealtad a quienes tenían
posiciones de mando. Esa discrecionalidad no proporcionó las posibilidades de
generar cuerpos de comando, núcleos de dirección solventes en los distintos
niveles políticos y administrativos. Se trata de que el “reconocimiento” de lo
que se sabe hacer y de la confianza que se otorga a ese saber hacer, es el reconocimiento
al liderazgo. Cuestión que no fue asumida.
Esa condición ha posibilitado hechos de corrupción que, hoy, hunden
éticamente esa dirección.
Por otra parte, la crítica fue y es excluida cuando no se
corresponde con los criterios de la jefatura de dirección. Lo cual indica que
no es el “justo criterio” el que se impone, sino la discrecionalidad
jerárquica. ¿Y entonces?. Pues, son los viejos vicios de reproducción conocidos
del poder en una burocracia naciente que siembra de extravíos éticos y técnicos
cualquier proyecto. ¡Vaya! Las lecciones de Foucault sirvieron para
desenmascarar los procesos de reproducción del micropoder en distintos escenarios, pero,…¡ya vá¡, ¿ahora
no sirven para estar atentos y sensibles a las prácticas que se reproducen abiertamente
en el seno de una experiencia que pretende emancipatoria?. Consigna dominante:
no a la diversidad, sí a la uniformidad con la burocracia, si a la lealtad
(valor perverso)
El imaginario
que gobierna
Un proyecto político es un instrumento que guía el
desarrollo de la voluntad que lo precede. El proyecto político es la manera adoptada
para construir lo que anima a aquella voluntad. Pero, entre ambos hay o debe
haber una sabia común, un espíritu semejante. Los valores y esperanzas que
animan esa voluntad deben encontrar carnadura en ese proyecto. No hay lugar a
las paradojas: ¿encierro para establecer la libertad?, ¿manipulación para
lograr la conciencia crítica?, ¿violencia para garantizarla paz?. No.
Recordemos aquella paradoja perversa de Stalin: “Nos declaramos a favor de la
muerte del Estado y al mismo tiempo nos alzamos en pro del fortalecimiento de
la dictadura del proletariado que representa la más poderosa y potente
autoridad de todas las formas de Estado que hayan existido hasta el día de hoy”[2].
Estatización de la sociedad y del sistema
político: barreras a la subjetivación
Se volvieron una urgencia las demandas inmediatas. Eso
justificaba el aplazamiento de cualquier debate. Y al decir “debate” nos
referimos a la confrontación y búsqueda de ideas claras y compartidas, en medio
de la diversidad, sobre un proyecto colectivo acerca de producir una nueva manera
de vivir. Pues, no lo ha habido. El debate real, el intercambio de propuestas,
no es un acto administrativo. No, el intercambio crítico en el plano de
procesos y caminos de emancipación les es constitutivo, es permanente, medular,
central, y no es tarea sólo de consultores expertos y estudiosos sino también
de la construcción de otras lógicas donde los que hablan gocen de libertad para
estructurar escenarios de interlocución y de autonomía. La racionalidad que los
constituye se asume como ética de la comunicación, como goce del intercambio,
no como “disciplina” duelo y renuncia. Saltemos, por maniquea, la sentencia de
que “la realidad no espera”. Pues, el debate tampoco.
Así, tenemos que,
las experiencias de empoderamiento popular, comunal, de género, desde la
cultura, etc., no pueden traducir e incorporar sus experiencias si son
excluidas por los protocolos de administración de órganos de Estado-Partido. Allí
no nace la autonomía y la soberanía colectiva, la posibilidad de formas nuevas
de emancipación. No hay soberanía posible cuando todo lo decide la burocracia. Los
elementos para confrontar la lógica inercial de una sociedad no salen de
diseños de manual, sino del reconocimiento de experiencias que se construyen
como rupturas de sentido contra esa lógica inercial dominante, experiencias que
abren nuevas prácticas y discursos, que constituyen nuevas subjetividades y dimensiones de socialidad
radicalmente negativas. Es necesaria la aparición de una trama social con
autonomía para lograr la formación de núcleos críticos, de inéditas
experiencias societarias que acumulen fuerzas sociales emancipatorias (en
espacios como el ambiente, de género, incorporación de la multiculturalidad, derechos
humanos, etc) . Sin esta perspectiva, es imposible crear condiciones para transformar
y procurar un o unos nuevos modos de vida social. La estatización de la
sociedad conspira contra la emergencia de sujetos y reducen lo colectivo y lo
individual a elementos subordinados del Estado. Sin sociedad emergente y
autónoma no hay Estado emergente, o -digámoslo como propuesta- no hay desaparición
del Estado.
Agreguemos a lo anterior otro elemento: el tema de la
democracia. El simplismo que domina en los discursos oficiales es la idea de
que la democracia es burguesa. No se nombra tan claramente pero los hechos
traducen ese imaginario. Si no ¿de dónde sale entonces el talante centralista,
estatista, la pretensión expresa de postular que “el poder es sólo uno”?. Esto
revela la desconfianza sobre el empoderamiento real de núcleos colectivos, sobre
el inevitable y necesario apego a un marco normativo común (La Constitución). No
se trata de tolerar la diversidad, sino de hacerla viva en el espacio social y
político: “….la existencia de un conflicto general entre actores sociales
constituye la base más sólida de la democracia. (….) Es por eso que la democracia
nunca es más fuerte que cuando se asienta sobre una oposición social de alcance
general… combinada con la aceptación de la libertad política.”[3].
La deriva autoritaria que forma parte de la
administración y gestión pública en Venezuela muestra ese imaginario simplista,
no se toma nota, ni se incorpora la
complejización de esta modernidad en mutación que vivimos, y de los
cambios en la subjetivación posmoderna (si no les resulta cómodo decirlo así)
llamémosla, también, descentramiento del sujeto, proliferación de
racionalidades, en fin. [4].
Vendrán los argumentos en contrario advirtiendo sobre posiciones liberales.
Nada más débil. El vacío argumental que se observa en la crítica a la idea de
una sociedad que se constituya desde la diversidad y que olvide los logros alcanzados
en la modernidad política, y que, además, obvie las propuestas de una
posmodernidad que hiere el concepto dominante de parcialidad asumida e impuesta
como universal, postmodernidad que promueve la geografía de totalidades
parciales en un mismo universo de identidad (local, nacional o global), ésto
problematiza de fondo esas sospechas de falso pudor que anima hace frágil ese
vacío argumental. La diversidad no es una concesión, es la condición para un nuevo
modo de producir la vida.
¿Qué retos se plantean?
Desideologizar un proyecto no significa el abandono de
las coordenadas valorativas desde donde se construye un deseo de realidad,
significa desinstrumentalizar esas coordenadas para evitar que se conviertan en
signos vacíos, ritualizaciones semánticas, comodines sombólicos que se pueden
utlizar para justificar el terror, la violencia, el encierro, abonar la
tristeza y la desolación en nombre de la felicidad. El discurso que convoca, no
el que excluye, está anclado en la emoción, en la ligereza, en piel de pueblo,
esperanza y sencillez. No, convirtiendo en estatuas ni pretexto a la historia
para legitimar élites, historia ancestral cuyas cenizas gloriosas deberían
reposar alimentando la memoria de identidades colectivas. No hay solución ni
promesa final, vivimos la precariedad y la incompletitud como destino, cada
logro es un horizonte que abre nuevos problemas y deseos, nuevos sueños y
dificultades. La salvación es una palabra que anima, pero si se convierte en
cuartel, muerte, lejanía del placer de vivir la pequeñez y la aridez del tiempo,
la infinitud de las pequeñas cosas, entonces, no hay salvación sino vacío. No
es necesario apostar por puentes de ruinas para probar que el presente es
siempre desamparo y engaño. La palabra tiene otras voces a explorar para
sostener el deseo y el propósito incesante de alcanzar nuevos modos de vivir.
Venezuela es hoy un paréntesis que contiene dentro de sí
el destino de América Latina. Esa patria grande no se construye con la diáspora,
con esta identidad fracturada nacida desde el desarraigo y el frío de soledades
deambulantes. La ficción de un país donde todo es “normal”, según las voces cínicas de la ciudad letrada o
iletrada que niegan la realidad suicida que vivimos, nos aleja de propósitos
compartidos, de objetivos esenciales acerca de la libertad, la solidaridad y la
posibilidad de la transformación de las miserias civilizatorias que nos cercan
y que amenazan con la desaparición de la vida. Venezuela, es territorio simbólico
regado en nuestro continente, más allá de nacionalismos y patrias de ocasión, está
permeando y exigiendo respuestas de futuro para la región, evitando el zarpazo
del neoconservadurismo y evitando convertirse en escenario de disputa del
reacomodo geopolítico de bloques en el mundo. Ninguna patria deseable es patria
de la guerra y de la desesperanza. La ceguera nos convierte en portadores de
tragedia y no de bienaventuranzas, porque sirviendo el vino, se llenan las
copas de desechos que, en espíritus no tan exquisitos, dejan sabor amargo por
ser tragos de mentira y falsedad. No hay felicidad ni futuro donde crece el
hambre y la falta de libertad. Y como diría el amigo Emil Cioran: “En el Juicio
Final sólo se pesarán las lágrimas”[5],
y las nuestras también estarán allí si no desertamos de extravíos y fanatismos
sin dioses, ni creencias, ni espejismos.
[1] “
Durante los años del proceso bolivariano no se tomaron medidas significativas
de transformación de la estructura
productiva del país. Por el contrario, se profundizó el rentismo
petrolero…” Edgardo Lander. La larga crisis terminal del
modelo rentista petrolero venezolano y la profunda crisis que
actualmente enfrenta el país. www.aporrea.org.
2/12/17. Compartimos in extenso los argumentos planteados, a este respecto, en
el documento citado.
[2]
Citado por Hanna Arendt
en Los orígenes del totalitarismo. Edit. Taurus. Madrid. 1974. Pags 443, 444.
[4] Alrespecto
ver Boaventura Sousa Santos: “…la relativa debilidad de prácticas de clase y
políticas de clase han sido compensadas por la aparición de nuevos
espacios antagonistas que proponen
nuevos programas sociopostmaterialistas
y políticos (…) que han de ser
realizados por nuevos grupos insurgentes y movimientos sociales (…) El siglo XX
entra en la escena histórica sólo cuando descubre que el capitalismo también
produce diferencias raciales y sexuales y que estas también pueden ser puntos
nodales para las luchas sociales.” La transición
postmoderna: derecho y política. Revista DOXA. Nº 6. Universidad de
Alicante. España. 1989. Pag. 239
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