domingo, 24 de febrero de 2019

Venezuela: Una esperanza asediada y extraviada - Oscar V. Pérez M



“En la historia de la modernidad, la representación política socialista ha corrido paralela con la liberal y la constitucional, y ha terminado fracasando de una manera parecida”  M. Hardt y A. Negri  

Punto de partida

Un frenesí de acontecimientos ocurre, cambia el paisaje a cada instante, corre el acontecer diversificando sus caminos, surgen nuevos actores, las imágenes se multiplican pese al control político de los medios. No hay manera de detener la avidez ni la saciedad de las redes sociales, produciéndose una ansiedad generalizada mitigada en la conversación inmediata en cada lugar, situación ésta que, paradójicamente, también la exacerba.

 La conciencia de lo que sucede se debate entre la crónica imposible y la reflexión apresurada y fragmentaria. Los acontecimientos se devoran entre sí continuamente, se vuelven depredadores insaciables. En esta situación la reflexión es un reto.

El tema que escogimos, de indagar porqué hemos llegado hasta el presente, es un espacio de más sosiego y, utilizando la metáfora cuestionada de Hegel sobre el Buho de Minerva, pareciera que encontramos acá ideas más sedimentadas, registros más confiables, mediciones y cálculos, y quizás más coincidencia en sus interpretaciones.

Lo anterior tiene relevancia no sólo para indicarnos el caminó que siguió la realidad de Venezuela para desembocar en la situación actual, además, nos sirve para explicar qué tramas del modelo de sociedad que éramos hace unas décadas se tejen y estructuran aún, hoy, bajo discursos distintos. Sin ánimo de reducir la explicación a uno de sus aspectos, diríamos que es el modelo económico el que –por su agotamiento- provocó la emergencia de las condiciones sociopolíticas que hicieron posible replantear el modelo de sociedad existente a finales del siglo XX y que, paradójicamente, hoy obligan, nuevamente, a cuestionar con mayor urgencia, los caminos  seguidos en las dos décadas del novísimo siglo XXI marcadas con las huellas vivas del pasado que siguen animando y palpitando en los hechos de hoy[1].

A la crisis del modelo rentista, acentuada durante las dos últimas décadas del XX por la caída de los precios del petróleo y por el peso de la deuda externa, se agrega la deslegitimación del sistema político dominante. Y, a la crisis de ese sistema político, bipartidista, que se instauró el 23 de Enero del  1958, se suma el  desbordamiento de la corrupción. Ya la desigualdad en la distribución de la renta no es atribuible sólo a la obscena transferencia de riqueza desde el Estado al sector privado, por diversas vías sino, también a la erosiva y ostensible corrupción que se volvía quemante y éticamente repugnante por la situación de crisis de las finanzas nacionales y la situación de pobreza a donde era arrinconada a la población. El que la corrupción se hubiese incorporado como elemento constituyente al sistema político dominante trajo un rostro perverso que fue estóicamente soportado; incluso fue reconocido como “mal necesario”, pero luego pasó a ser repudiado por la insoportable situación de marginación creciente y hambre en la población más vulnerable. Con ésto había dado comienzo el quiebre simbólico del modelo rentista que sirvió de sustento al sistema político inaugurado en 1958, ahora agravado por la obscenidad de la corrupción, e incrementado por el abandono obligado a las expectativas socioeconómicas que la democracia política y los ingresos petroleros durante las décadas del 60 y el 70  habían alimentado en la población. La Venezuela de las oportunidades y de la abundancia comenzó a transformarse en una tierra de frustración y desesperanza, teniendo su expresión inorgánica más fuerte en Febrero de 1989, con el caracazo.

El sistema político se  hundía, se producía una crisis de representación, una crisis ética, había rupturas de la unidad interna de los agentes políticos -los partidos- también divisiones y emergencia de factores nuevos. Sin olvidar el contexto continental donde los factores y movimientos críticos traían en la espalda una ola de derrotas, comenzada por el 1973 de Chile, seguida por el triunfo de Violeta de Chamorro en Nicaragua (1.990), un revés para el movimiento sandinista. Señal particular merece la experiencia de los pueblos indígenas mexicanos de Chiapas que desde 1983 habían acumulado prácticas y reflexiones muy importantes pero habían cerrando el círculo de sus proyectos al límite de los territorios de la etnicidad que los reunía, lo que abortó un proceso de revisión del sistema político y cultural en México.

El contexto que describimos nos pone frente al “escenario  inicial” de la emergencia de un  proceso nutrido desde las entrañas de la descomposición sociopolítica del modelo político el nacido en 1958, acompañado por la crisis económica y con la inocultable ausencia de movimientos emancipatorios reales con beligerancia e importancia en el escenario político-social venezolano para ese momento. Reconocido este escenario de finales de los años 90 y aceptándolo como condicionante de los acontecimientos de cambio que allí dieron entrada al proceso que hoy vivimos, tratemos, entonces, de ir hilvanando respuestas a porqué hemos llegado a la situación actual.

Conformación del bloque político-burocrático emergente.

No es inocuo decir, que la dirección política y de gestión pública que comienza con Chávez fue reclutada en un universo con poca experiencia administrativa. De allí proviene una inexperticia y una traba en el funcionamiento del gobierno en las primeras fases. El incentivo principal y la direccionalidad imprimida a la gestión de gobierno se vio visto empujada por un “ideologismo” que condujo improvisar en la economía  y en el tratamiento de procesos sociales, culturales, complejos etc., esperando, aleatoriamente, obtener los logros anotados en los manuales disponibles, vacíos de buen sentido y de claridad en la conducción de esa diversidad de procesos. Segundo. La condición alarmante en la dirección de gobierno cuya conformación tuvo un altísimo componente aluvional política, social e ideológicamente, esto no condujo a la conformación de una élite, de un cuerpo de dirección, con experiencia política, méritos de desempeño y uniformidad de criterios para guiar acertadamente un momento del proceso. No, los requisitos de participación fueron la lealtad a quienes tenían posiciones de mando. Esa discrecionalidad no proporcionó las posibilidades de generar cuerpos de comando, núcleos de dirección solventes en los distintos niveles políticos y administrativos. Se trata de que el “reconocimiento” de lo que se sabe hacer y de la confianza que se otorga a ese saber hacer, es el reconocimiento al liderazgo. Cuestión que no fue asumida.  Esa condición ha posibilitado hechos de corrupción que, hoy, hunden éticamente esa dirección.

Por otra parte, la crítica fue y es excluida cuando no se corresponde con los criterios de la jefatura de dirección. Lo cual indica que no es el “justo criterio” el que se impone, sino la discrecionalidad jerárquica. ¿Y entonces?. Pues, son los viejos vicios de reproducción conocidos del poder en una burocracia naciente que siembra de extravíos éticos y técnicos cualquier proyecto. ¡Vaya! Las lecciones de Foucault sirvieron para desenmascarar los procesos de reproducción del micropoder  en distintos escenarios, pero,…¡ya vá¡, ¿ahora no sirven para estar atentos y sensibles a las prácticas que se reproducen abiertamente en el seno de una experiencia que pretende emancipatoria?. Consigna dominante: no a la diversidad, sí a la uniformidad con la burocracia, si a la lealtad (valor perverso)

El imaginario que gobierna

Un proyecto político es un instrumento que guía el desarrollo de la voluntad que lo precede. El proyecto político es la manera adoptada para construir lo que anima a aquella voluntad. Pero, entre ambos hay o debe haber una sabia común, un espíritu semejante. Los valores y esperanzas que animan esa voluntad deben encontrar carnadura en ese proyecto. No hay lugar a las paradojas: ¿encierro para establecer la libertad?, ¿manipulación para lograr la conciencia crítica?, ¿violencia para garantizarla paz?. No. Recordemos aquella paradoja perversa de Stalin: “Nos declaramos a favor de la muerte del Estado y al mismo tiempo nos alzamos en pro del fortalecimiento de la dictadura del proletariado que representa la más poderosa y potente autoridad de todas las formas de Estado que hayan existido hasta el día de hoy”[2].

 Estatización de la sociedad y del sistema político: barreras a la subjetivación

Se volvieron una urgencia las demandas inmediatas. Eso justificaba el aplazamiento de cualquier debate. Y al decir “debate” nos referimos a la confrontación y búsqueda de ideas claras y compartidas, en medio de la diversidad, sobre un proyecto colectivo acerca de producir una nueva manera de vivir. Pues, no lo ha habido. El debate real, el intercambio de propuestas, no es un acto administrativo. No, el intercambio crítico en el plano de procesos y caminos de emancipación les es constitutivo, es permanente, medular, central, y no es tarea sólo de consultores expertos y estudiosos sino también de la construcción de otras lógicas donde los que hablan gocen de libertad para estructurar escenarios de interlocución y de autonomía. La racionalidad que los constituye se asume como ética de la comunicación, como goce del intercambio, no como “disciplina” duelo y renuncia. Saltemos, por maniquea, la sentencia de que “la realidad no espera”. Pues, el debate tampoco.

 Así, tenemos que, las experiencias de empoderamiento popular, comunal, de género, desde la cultura, etc., no pueden traducir e incorporar sus experiencias si son excluidas por los protocolos de administración de órganos de Estado-Partido. Allí no nace la autonomía y la soberanía colectiva, la posibilidad de formas nuevas de emancipación. No hay soberanía posible cuando todo lo decide la burocracia. Los elementos para confrontar la lógica inercial de una sociedad no salen de diseños de manual, sino del reconocimiento de experiencias que se construyen como rupturas de sentido contra esa lógica inercial dominante, experiencias que abren nuevas prácticas y discursos, que constituyen nuevas  subjetividades y dimensiones de socialidad radicalmente negativas. Es necesaria la aparición de una trama social con autonomía para lograr la formación de núcleos críticos, de inéditas experiencias societarias que acumulen fuerzas sociales emancipatorias (en espacios como el ambiente, de género, incorporación de la multiculturalidad, derechos humanos, etc) . Sin esta perspectiva, es imposible crear condiciones para transformar y procurar un o unos nuevos modos de vida social. La estatización de la sociedad conspira contra la emergencia de sujetos y reducen lo colectivo y lo individual a elementos subordinados del Estado. Sin sociedad emergente y autónoma no hay Estado emergente, o -digámoslo como propuesta- no hay desaparición del Estado.

Agreguemos a lo anterior otro elemento: el tema de la democracia. El simplismo que domina en los discursos oficiales es la idea de que la democracia es burguesa. No se nombra tan claramente pero los hechos traducen ese imaginario. Si no ¿de dónde sale entonces el talante centralista, estatista, la pretensión expresa de postular que “el poder es sólo uno”?. Esto revela la desconfianza sobre el empoderamiento real de núcleos colectivos, sobre el inevitable y necesario apego a un marco normativo común (La Constitución). No se trata de tolerar la diversidad, sino de hacerla viva en el espacio social y político: “….la existencia de un conflicto general entre actores sociales constituye la base más sólida de la democracia. (….) Es por eso que la democracia nunca es más fuerte que cuando se asienta sobre una oposición social de alcance general… combinada con la aceptación de la libertad política.”[3].

La deriva autoritaria que forma parte de la administración y gestión pública en Venezuela muestra ese imaginario simplista, no se toma nota, ni se incorpora la  complejización de esta modernidad en mutación que vivimos, y de los cambios en la subjetivación posmoderna (si no les resulta cómodo decirlo así) llamémosla, también, descentramiento del sujeto, proliferación de racionalidades, en fin. [4]. Vendrán los argumentos en contrario advirtiendo sobre posiciones liberales. Nada más débil. El vacío argumental que se observa en la crítica a la idea de una sociedad que se constituya desde la diversidad y que olvide los logros alcanzados en la modernidad política, y que, además, obvie las propuestas de una posmodernidad que hiere el concepto dominante de parcialidad asumida e impuesta como universal, postmodernidad que promueve la geografía de totalidades parciales en un mismo universo de identidad (local, nacional o global), ésto problematiza de fondo esas sospechas de falso pudor que anima hace frágil ese vacío argumental. La diversidad no es una concesión, es la condición para un nuevo modo de producir la vida.

 ¿Qué retos se plantean?

Desideologizar un proyecto no significa el abandono de las coordenadas valorativas desde donde se construye un deseo de realidad, significa desinstrumentalizar esas coordenadas para evitar que se conviertan en signos vacíos, ritualizaciones semánticas, comodines sombólicos que se pueden utlizar para justificar el terror, la violencia, el encierro, abonar la tristeza y la desolación en nombre de la felicidad. El discurso que convoca, no el que excluye, está anclado en la emoción, en la ligereza, en piel de pueblo, esperanza y sencillez. No, convirtiendo en estatuas ni pretexto a la historia para legitimar élites, historia ancestral cuyas cenizas gloriosas deberían reposar alimentando la memoria de identidades colectivas. No hay solución ni promesa final, vivimos la precariedad y la incompletitud como destino, cada logro es un horizonte que abre nuevos problemas y deseos, nuevos sueños y dificultades. La salvación es una palabra que anima, pero si se convierte en cuartel, muerte, lejanía del placer de vivir la pequeñez y la aridez del tiempo, la infinitud de las pequeñas cosas, entonces, no hay salvación sino vacío. No es necesario apostar por puentes de ruinas para probar que el presente es siempre desamparo y engaño. La palabra tiene otras voces a explorar para sostener el deseo y el propósito incesante de alcanzar nuevos modos de vivir.

Venezuela es hoy un paréntesis que contiene dentro de sí el destino de América Latina. Esa patria grande no se construye con la diáspora, con esta identidad fracturada nacida desde el desarraigo y el frío de soledades deambulantes. La ficción de un país donde todo es “normal”,  según las voces cínicas de la ciudad letrada o iletrada que niegan la realidad suicida que vivimos, nos aleja de propósitos compartidos, de objetivos esenciales acerca de la libertad, la solidaridad y la posibilidad de la transformación de las miserias civilizatorias que nos cercan y que amenazan con la desaparición de la vida. Venezuela, es territorio simbólico regado en nuestro continente, más allá de nacionalismos y patrias de ocasión, está permeando y exigiendo respuestas de futuro para la región, evitando el zarpazo del neoconservadurismo y evitando convertirse en escenario de disputa del reacomodo geopolítico de bloques en el mundo. Ninguna patria deseable es patria de la guerra y de la desesperanza. La ceguera nos convierte en portadores de tragedia y no de bienaventuranzas, porque sirviendo el vino, se llenan las copas de desechos que, en espíritus no tan exquisitos, dejan sabor amargo por ser tragos de mentira y falsedad. No hay felicidad ni futuro donde crece el hambre y la falta de libertad. Y como diría el amigo Emil Cioran: “En el Juicio Final sólo se pesarán las lágrimas”[5], y las nuestras también estarán allí si no desertamos de extravíos y fanatismos sin dioses, ni creencias, ni espejismos.


[1] “ Durante los años del proceso bolivariano no se tomaron medidas significativas de transformación  de la estructura productiva del país. Por el contrario, se profundizó el rentismo petrolero…”  Edgardo Lander. La larga crisis terminal  del  modelo rentista petrolero venezolano y la profunda crisis que actualmente enfrenta el país. www.aporrea.org. 2/12/17. Compartimos in extenso los argumentos planteados, a este respecto, en el documento citado.

[2] Citado por Hanna Arendt en Los orígenes del totalitarismo. Edit. Taurus. Madrid. 1974. Pags 443, 444.
[3] Alain Touraine. Qué es la Democracia. FCE. Bs. As. 1995. Pp. 80,79
[4] Alrespecto ver Boaventura Sousa Santos: “…la relativa debilidad de prácticas de clase y políticas de clase han sido compensadas por la aparición de nuevos espacios  antagonistas que proponen nuevos programas sociopostmaterialistas  y políticos  (…) que han de ser realizados por nuevos grupos insurgentes y movimientos sociales (…) El siglo XX entra en la escena histórica sólo cuando descubre que el capitalismo también produce diferencias raciales y sexuales y que estas también pueden ser puntos nodales para las luchas sociales.” La transición postmoderna: derecho y política. Revista DOXA. Nº 6. Universidad de Alicante. España. 1989. Pag. 239
[5] Emil Cioran. De lágrimas y de santos. Edit. Tusquets. España. 1986. P. 25.

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